Corría el año 1925, ¿el día?,
¿la hora?, ¿el mes? da lo mismo, total ¿para qué?. Lo cierto es que esa mañana,
el cielo había amanecido un tanto opaco, con un color plomizo, con muchos
cúmulos o cirros de nube, que de alguna forma tamizaban los rayos del sol. El
tiempo amenazaba lluvia o quizá granizo, porque todavía por aquellas fechas en
Canarias llovía con cierta asiduidad y hasta los barrancos corrían llevando
bastante caudal de agua, cosa que hoy en día y tras años de una pertinaz y más
que agobiante sequía, los más jóvenes casi ni han visto ni en sueños.
1925 (Adolf Jessen - Fedac) |
Ese día era el señalado para que
viniese una criatura a este mundo,
esperada con ansiedad por su madre, ya con los típicos dolores de parto y por
toda su familia. En aquellos tiempos no se acudía a parir a la clínica ni al
hospital, tampoco existía la anestesia por goteo ni la inyección epidural, que
aminorase los dolores, no, no existía nada de eso y todo se producía en casa y
tal y como la madre naturaleza había previsto que sucediera. A todo reventar se
tenía la ayuda de una partera o comadrona, no por el título que obstentara,
sino por la práctica que tenía en tales menesteres tras haber asistido a un
sinfín de parturientas de la época.
Y llegó a tiempo la partera, el
tiempo justo para calentar un poco de agua y tenerla preparada para proceder a
la limpieza que, posteriormente al parto, se hace tanto al recién nacido como a
su progenitora, porque sin hacerse esperar dio señales de vida la criatura que
de inmediato y tras el correspondiente corte del cordón umbilical y el
consabido “tortazo”, daba sus primeros esperríos para repetirlos posteriormente
tras tomar la correspondiente ración de aire en sus pulmones recién estrenados
en este mundo. ¡No sabía la criatura, cuantos problemas iba a tener
posteriormente con el correr de los años!.
¡Es un niño!, gritó la partera
mientras lo sostenía en el aire agarrado por los pies y mientras iniciaba la
labor de higienizarlo (antes no existían las ecografías que con antelación nos
indican el sexo de lo que va a nacer, con lo que nos quita esa ansiedad,
esa ilusión , incertidumbre y emoción de
esperar al momento del nacimiento para saber si lo que ha nacido es un niño o
una niña) y a renglón seguido lo depositó en los brazos de su madre, que con
todo el cariño del mundo ¡el cariño de una madre!, lo apretujó entre sus brazos
dándole el calor que necesitaba pues ya la criatura, aún desnudita y en espera
de que lo empezasen a ataviar con sus ropajes, empezaba a tiritar de frío.
La noticia, como pasa siempre, se
extendió rápidamente por la vecindad y a renglón seguido empezó el jubileo de
vecinas y vecinos, unas y otros felicitando a los padres y tertuliando ellas
con la madre y ellos con el padre y los hermanos, mientras empezaba a correr el
buchito de café de un lado para otro (las cafeteras no daban abastos y los
cucuruchos coladores se sucedían uno tras otro) y los piscos de ron, anís o
licores para festejar el feliz acontecimiento se desparramaron a destajo.
Como suele pasar en todas partes,
para los asistentes el niño era muy bonito (¿por qué será que todos los niños
que nacen son bonitos y guapotes al decir de los que nos visitan, cuando por
regla general y salvo excepciones, todos los recién nacidos por la flacidez de
la piel, las arrugas de la misma y color con que nacen, suelen ser más feos que
Picio?), para unos tenía un parecido total con el padre, pero los ojos son de
la madre. Para otros no cabía la menor duda que la nariz que tenía, era la de
la familia Sánchez (por su padre), pero la cara, los ojos y la boca son de la familia Castro (por su
madre), vamos que como diría el del chiste, solo faltaba que el niño dijera
aquello de “y los pañales de mi abuelo”. En fin, todas esas tonterías que, por
decir algo, se suelen decir en este tipo de casos a falta de otros argumentos
de conversación.
1925 (Fernando Baena - Fedac) |
Ya era un ser cristiano, ya había
dejado atrás el mundo de los catecúmenos para ingresar en el colectivo más
extendido del mundo, como es el colectivo Cristiano, Católico, Apostólico y
Romano.
Y empezó su andadura por este mundo nuestro, pasó sus
primeros años como los pasaban todos los niños de la época, entre pañales
hechos a base de cachos de sacos de azúcar, azaleas de baifo en la cuna para
aguantar los orines y toda esa parafernalia que nuestras madres se tenían que inventar
antes (no existían los pañales de usar y tirar de hoy en día) para tener
siempre al niño bien atendido y sequito. Los pañales, de fabricación casera se
lavaban, se tendían a secar y volvían a reutilizarse.
Fue
al colegio y allí aprendió lo más elemental, no mucho por cierto, pero sí lo
suficiente para saber contar aunque sólo fuese hasta veinte o treinta. Y no
aprendió más porque, desgraciadamente para sus padres y familiares y, por
supuesto, más desgraciadamente para él, pronto se le detectó una minusvalía
cerebral y una falta de lucidez en sus neuronas que le impedían progresar en
sus conocimientos y así fue como poco a poco y con el paso de los años se fue
convirtiendo en una persona retrasada, aunque para la ciudad de Arucas , fue un personaje emblemático,
señero, popular y típico.
Todas
las ciudades tienen a su personaje popular, esa persona con la que todo el
mundo tiene que ver, a la que todo el mundo le gasta bromas, unas de buen gusto
y otras con alguna “mala uva”, pero que en definitiva es símbolo de la ciudad y
a la que, a pesar de todo, todo el mundo respeta y le admira.
La aruquense Lolita Pluma (Gofiones.com) |
En
Guía-Gáldar, ¿quién no recuerda a Tomasín, con su mirada fija y desafiante, al
mismo tiempo que dirigía, a su modo, la circulación?
En
Arucas ¿quién no recuerda a Pepe el Bobo
(con sus seis dedos en cada mano), a Juan el Claro con su mirada vidriosa y
ojos saltones, con su caminar pausado y sus espaldas anchas? Y ¿quién no
recuerda, aunque no eran de Arucas pero si la frecuentaban asiduamente, tanto a
Pepe Cañadulce con su tambor y su gran “fonil” a modo de megáfono anunciando
los distintos eventos de las fiestas?, ¿quién no recuerda a Vicente
Faltaleches, con sus piernas torcidas y sosteniéndose sobre un gran palo a modo
de bastón, mientras solicitaba aquello de “una peseta Maliquita”?.
¿Y
quien no recuerda en Arucas a Juan Vicente Sánchez Castro?, quizá dicho así a
muy pocos le suene el nombre, porque él ha pasado a la historia de Arucas con
el sobrenombre con que desde niño fue apodado: JUANILLO.
Juanillo
era un personaje, a veces alegre, otras veces gruñón, a veces saltarín y otras
veces cabizbajo y meditabundo. Se sentía y lo sabía muy bien, el centro de
todas las miradas, de todas las bromas y de las más disparatadas gamberradas,
en el sentido más sano de la palabra.
Se
le apodaba, no sé por qué, Juanillo “El Podrío” y digo que no sé por qué,
porque nunca me supe explicar el motivo de dicho sobrenombre ya que, a fuer de
sincero, siempre iba como un palmito de limpio. Su hermana Fefa, que en
aquellos tiempos trabajaba como empaquetadora en el almacén de Los Rosales, lo
tenía siempre, como se suele decir, “de punta en blanco”. Vestía chaqueta y
pantalón color gris, el tipo de tela no sabría decir cual era porque no
entiendo mucho de ello, unos dicen que era tela de lino, otros que era de hilo,
otros que era de dril, pero lo cierto es que era el típico estilo de tela que
se llamaba “ropa de lechero”. Vestía así mismo, camisa blanca con rayas, no
llevaba corbata pero sí una boina negra que a veces se calaba hasta las mismas
orejas, pero que continuamente estaba sobando entre sus manos para volver a
colocársela debidamente sobre su cabeza. Calzaba siempre alpargatas de la
época, siempre bien atadas, lo que le permitía una agilidad de movimientos y
una rapidez endiablada en su carrera.
Su
hablar era tartamudeante, la saliva le sobresalía por la comisura de los labios
y la rapidez de sus movimientos podrían coger por sorpresa a más de uno que le
diese una broma, que a su entender no le
hiciese gracia.
A
Juanillo, se le veía diariamente en la plaza de Arucas a la espera de la
llegada de los coches de hora o de los piratas. Los paquetes que venían en los
mismos y que, lógicamente tenían sus destinatarios, eran encargados a Juanillo
para que los llevara a su destino previo pago correspondiente del servicio de
transporte (una, dos o tres pesetas de las de entonces).
Encargarle
a Juanillo el transporte de un paquete, era más seguro que encargar un envío
por Correo Certificado. Lo que le entregabas a Juanillo podías estar seguro de
que llegaba a su destino. Si le decías que el paquete había que entregarlo a
Fulano de Tal, era Fulano de Tal quien lo recibía, ni el hermano, ni el padre,
ni Dios que bajara a la tierra. Si no estaba Fulano de Tal, Juanillo volvía
otra vez con el paquete sin haberlo entregado. Tanto era su celo por cumplir
que hasta ese extremo llegaba.
Y
cuando le encargabas de llevar algo y le decías que el destinatario era el que
le tenía que pagar, él lo llevaba pero ya podías decirle lo que quisieras, que
si no le pagabas no te entregaba el paquete y se volvía de nuevo con el mismo.
Yo recuerdo en cierta ocasión que le enviaron con una caja a Visvique a llevar
algo a la tienda de Melito (q.p.d) y allí se encontraban, aparte de Melito,
otras personas entre las que estaban, por citar a algunos, Pepe el grande y
Goyo, personas a las cuales les gustaba una mataperrería más que comer y cuando
llegó Juanillo con la caja, intentaron convencerle de que la dejara y que en
Arucas le pagaría la persona que lo había mandado a Visvique. Naturalmente
Juanillo no hizo caso de ello y cogiendo la caja nuevamente, se la echó al
hombro y con paso más acelerado aún que con el que había venido, retornó a
Arucas con la cajita de marras.
A
causa de esas bromas y en momentos en que le cogían desprevenido y soltaba el
paquete que llevaba antes de cobrar, le vi derramar lágrimas de impotencia al
sentirse humillado y engañado.
En
otra ocasión, le enviaron a la Hoya de San Juan a llevar un ataúd de esos
pequeñitos y blancos para una niña de corto tiempo que había fallecido. La
persona que debía recibir el ataúd, tenía que darle dos pesetas por el servicio
, dos pesetas que en aquellos momentos no tenía y Juanillo se volvió para
Arucas cargando nuevamente el ataúd.
Juanillo
era amable cuando era amable y huraño cuando era huraño. Siempre llevaba una
bolsa/talega, donde iba metiendo el dinero (perras chicas, perras gordas o
pesetas) que iba obteniendo por sus servicios. Continuamente lo veías sacando
el dinero de la talega que siempre llevaba (con sus correspondientes cordones
para atarla) y con su mano izquierda (él era zurdo) lo iba contando para saber
cuanto tenía. Lo metía nuevamente en la bolsa/talega, para, al cabo de un
cierto tiempo, volver a empezar con el mismo rito.
Juanillo
repartía el periódico en Arucas, desde la plaza hasta el Terrero y desde la
plaza a la Goleta. Había gente que estaba abonada a la que se lo llevaba todos
los días sin faltar y con los periódicos que sobraban se ponía por toda la
plaza de un lado a otro hasta acabar con ellos.
Pasabas
a su lado y por ver su reacción le preguntabas: ¿Juanillo, cuántos periódicos
te quedan? Y él contestaba cuantos le quedaban con una precisión de relojería
suiza. Pero si lo querías alterar y le decías que allí habían más de los que él
decía, podría pasar una de dos: o que se pusiese a contarlos delante de ti para
demostrártelo y entonces la risa de él le llegaba de oreja a oreja, o que te soltase una fresca y se mandase a
mudar porque entonces se ponía “histórico”. Si, he dicho “histórico”, no me he
equivocado porque la verdad es que te nombraba a tu padre, a tu madre y a todos
tus antepasados.
Cuando
sonaban las campanas de la iglesia, lo veías contento contando una tras otra:
Una...dos...tres...cuatro...cinco...¡son las cinco! gritaba y se ponía más
contento que unas castañuelas. Pero Juanillo, si ha dado seis campanadas, es
que son las seis, le decías. Se te quedaba mirando y a renglón seguido te
soltaba una sarta de tacos y de insultos que, de la forma en que los decía y
con la tartamudez que arrastraba, hasta resultaban graciosos.
Podías
darle las bromas que quisieras, pero tenías que procurar que no se sintiese
burlado, porque entonces te podías convertir en pasto de sus iras. Sabía llevar
las bromas e incluso él mismo te acompañaba en la risa, pero burlarte de él ¡ni
se te ocurriera! Porque lo podías pasar mal.
Cuando
le pagabas el periódico le podías dar de más, que él te devolvía. Si lo que te
sobraba no era mucho y le decías que se lo quedara, la cara de alegría era
enorme y los saltos que daba eran propios de cualquier malabarista de circo,
pero si por darle una broma le dabas de menos y te emperrabas en no darle lo
que faltaba, ¡Madre mía! ¡La de San Quintín!, porque te ponía de insultos como
una fregona y no paraba hasta que entrases en razón y le dieras lo que faltaba.
Si
por casualidad, llevabas intención de gastarle una broma pesada, que él se
sintiese ofendido, humillado y menospreciado, tenías que ser precavido y poner
tierra de por medio antes de que él reaccionara porque: 1º.- Corría como un
demonio. Tenía una agilidad en la carrera, que ni la de un conejo y como no
hubieses puesto suficiente distancia de por medio, te alcanzaba y ahí, en el
cuerpo a cuerpo, o (como se dice hoy) en las distancias cortas era intratable.
2º.- Si por casualidad se agachaba a
coger una piedra, ya te podías alejar lo que quisieras que, como no tuvieses un
buen parapeto, te la llevabas. ¡Que puntería tenía el niño! Ya dije antes que
era zurdo, pues con la zurda cogía una piedra y era capaz de romper una
bombilla a casi ochenta metros de distancia, así que ya te puedes imaginar lo
que tenías que hacer cuando, por molestarle, veías que se agachaba a coger una
piedra para defenderse.
Su
familia, consciente también de la dificultad de Juanillo, le arropaba
continuamente y le apoyaba en todo lo que hiciese falta. Su hermana Fefa en el
cuidado y limpieza tanto de él como de su vestimenta. Su hermano José, un
hombre noble como persona del campo, rudo en sus modales por el trabajo que
desarrollaba, serio en su forma de ser, con un corpachón guanche, pecho ancho,
brazos fuertes y mirada atravesada, era capaz de retorcerte el cuello como a un
pollo, si tenías la mala suerte de que pasara por el lugar de la escena, cuando
te burlabas de Juanillo o le estabas
insultando. Tenías que ahuecar el ala o lo llevabas crudo.
Anécdotas
de Juanillo se cuentan muchas. Unas puede que sean verdad, otras es posible que
sean fruto de la imaginación, pero unas y otras valen la pena recordarlas. Si
tiene en su familia a alguien que conviviese y conociese a Juanillo, dígale que
le cuente alguna, seguro que le encantará escucharla.
Cuentan
que un día, merodeando por los alrededores de la plaza de San Juan, junto a la
iglesia, el cura “chico”, D. Francisco Hidalgo, se dirigió a él y le preguntó:
“¿Juanillo, donde está Dios”? y Juanillo, con su voz tartamudeante y como aquel
que quiere quitarse una culpa de encima le contestó: “Y...y...que...que... ¿a...a...mí qué...qué...me pregunta? ...¡si...si... se
le... peeerdió... búsquelo...coño!. Y así,
como esa, muchas más, que sería bueno que nuestros antepasados nos hicieran
revivir.
Cuentan,
también que en cierta ocasión se le oyó decir con mucha sorna y alegría:
“Que....Que....eeeen...eeen...mi...familia...hay cuatro....queeee....se llaman
Pepe” y empezó a enumerarlos : Pepe, mi padre, Pepa (por su hermana Fefa), Pepita la que va al
colegio (una sobrina) y...y...y....la señora Pepa (una tía)”. Cuando los que estaban a su lado le
replicaron :”Que no son cuatro Juanillo, que son cinco con tu hermano”, a lo
que él contestó:”Aaaal...coño...tu...tu.. tuuu...madre, ¡ca..ca...carajo!,
que...eeese... seeee llama José”.
Monumento a
Juan Vicente Sánchez Castro, Juanillo
donado a la
ciudad de Arucas,
por la Afilarmónica “Los Nietos de Kika”.
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En fin,
muchas cosas me vienen a la memoria, pero que
citarlas harían este relato demasiado extenso, solo me queda por
expresar el agradecimiento que debe de tener la ciudad de Arucas a la
Afilarmónica “Los Nietos de Kika” y a su fundador y director durante muchos
años, Tomás Pérez, (que desde el cielo nos estará contemplando), porque gracias
a ellos, hoy se rinde homenaje en la
ciudad de Arucas, perpetuando su figura, con el monumento a Juan Vicente
Sánchez Castro “Juanillo” que se exhibe
en la esquina que forma la acera delante del Ayuntamiento de la ciudad y el bar
Dávila (hoy bar Eduardo) , lugar donde debe permanecer dicho monumento, por
muchos años.
Fue en el año 1985, recién había
cumplido sus 60 años, cuando, con la misma humildad que vino, se nos marchó.
Sin ruidos, sin alharacas, sin causar molestia alguna a nadie, se nos iba para
siempre dejando a la ciudad de Arucas huérfana de representatividad popular.
Aquel día, hasta el cielo se quiso solidarizar con la efemérides, el sol lucía
radiante, el cielo estaba completamente azul sin una nube que lo obstaculizara,
aunque alguna que otra se paseaba por su semblante, para refrescar la temperatura y hasta el reloj de la iglesia
(roto y parado por aquellas fechas)
pareció congelar el paso del tiempo.
La asistencia a su sepelio se convirtió en una
cita multitudinaria. Toda Arucas en peso
se congregó para darle su último adiós, hasta las campanas de la iglesia
sonaban distinto ese día, parecía que no doblaban, como siempre, a difunto, era
como si ese día en sus lánguidos tañidos
se imaginase uno, el inicio de los acordes de
un aleluya. Es que no era otra cosa sino que con Juanillo se perdía a
todo un personaje popular, carismático, señero y símbolo identificativo de la
ciudad. Ese año nos dejó para siempre, ¿la hora?, ¿el día?, ¿el mes?, da lo
mismo, total ¿para qué?.
Para terminar, sólo me queda
dedicar unos versos en recuerdo de Juanillo, pues así como Braulio cantó a
Lolita Plumas, cantó a Tomasín y también
alguna murga de Las Palmas de Gran Canaria ha cantado a la memoria de Charlot, algún grupo de Arucas debe perpetuar
la memoria de Juanillo con alguna canción.
Mis humildes versos, parafraseando la canción de la
malograda Cecilia, “Desde que tú te has ido”, son estos:
desde que te has
marchado
Arucas está triste
pues en falta te ha
echado.
Muy solos nos dejaste
guardando tu memoria
mientras tú te
marchaste
derechito a la
gloria.
En este Arucas
nuestro
cuna de piedra y agua
hay un clamor de
aliento, Juan
que tú nos
prodigabas.
Desde que tú te
fuiste
desde que te has
marchado
en este Arucas triste
es que nos falta
algo,
seguro no es el aire
ni tampoco es la luz
lo que echamos de
menos, Juan
es que nos faltas tú.
No existe esa
alegría,
que prodigabas tanto
humilde y en
silencio, Juan
quiero cantar, mi
llanto.
Humilde y en
silencio, Juan
quiero cantar, mi
llanto.
Armando Ramírez Sarmiento © 2002
personajes emblemáticos.
ResponderEliminarmuy entrañables en su entorno.
desde Valencia un saludo.
reme royo mora