Tiene Arucas maravillas
como su
iglesia y su altar
donde se bautizan niños
donde se aprende a rezar.
Así
rezan las estrofas que componen una canción dedicada a la ciudad de Arucas, que
en su día fue compuesta en música y letra por el que fuera director de la banda
municipal de Arucas D. Antonio Herrera y cantada a los cuatro vientos por la
singular e inigualable María Mérida.
Por otra parte Fernando Ramírez
Suárez, hijo de Arucas y excelente periodista (hoy ya jubilado) del Diario de
Las Palmas, cantaba a Arucas con un glosario de posesías en su libro titulado
“El agua y la piedra”.
Y es que Arucas, de siempre ha
sido conocida por su riqueza arquitectónica gracias al arduo trabajo de sus
labrantes que sacaban hermosas formas de la piedra sacada de sus canteras,
canteras de piedra azul de prestigio en todo el archipiélago y con las cuales
se han levantado innumerables edificios y frontis de muchas casas que hoy son
la admiración del visitante.
El agua era otro recurso que
tenía Arucas. Gracias a sus presas, estanques y demás embalses hacían de Arucas
una vega fértil y vistosa en sus extensas plantaciones de plataneras así como
en la frondosidad de sus jardines, donde la flora era de singular diversidad y
de vistoso colorido, por algo también se conoce a Arucas, como “la ciudad de
las flores". ¡Que bien sonaban, igualmente, las estrofas que seguían de la
canción que al principio mencionábamos :
Linda ciudad de Arucas
de conjunto
tropical
verdes campos verdes valles
y verde su platanar.
Un paseo por Arucas, era un
regalo a la vista del visitante y un placer para el aruquense, que se sentía
orgulloso de la ciudad que le vió nacer. ¿Que aruquense no se sintió orgulloso
de ver la extensa alfombra de flores de mundo (más conocidas por hortensias) que
florecían en el jardín municipal, aproximadamente por los meses de mayo y
junio, casi como queriendo sumarse a las fiestas del patrono San Juan?. Es que
Arucas, siempre ha sido un regalo de la naturaleza, puesta ahí por Dios, para
disfrute de los que en Arucas hemos nacido y nos hemos criado, como para placer
y admiración del que nos visita.
Pero, aunque Arucas sigue
conservando su encanto, su atractivo y ese imán que de alguna forma nos sigue
sirviendo de apego, ya Arucas ha ido perdiendo algo de aquella identidad que
tuviese antaño, de esos elementos identificativos que hacían de Arucas la
ciudad envidiada por todos los demás municipios, tanto del norte como del
centro de la isla.
Quien tenga hoy en día de veinte
años en adelante, podrá recordar perfectamente algo que ya no se da en Arucas y que por aquellos tiempos
era el pan de cada día o, mejor dicho, de cada semana, pues era cita
imprescindible de cada domingo.
¿A qué hora quedamos? Preguntaba
el novio a la novia. A las seis y media, contestaba ésta. ¿Y donde nos vemos?,
volvía a preguntar. ¿Donde va a ser?¡en el PASEO, como siempre! Era la
respuesta tajante. Ya no había más que preguntar.
El PASEO. ¿Recuerdan el Paseo?.
Naturalmente los jóvenes de hoy no sabrán lo que era el Paseo, a no ser que sus
mayores se lo hayan contado. El Paseo, era una tradición ancestral de Arucas y
al que asistía gente venida de todos los pueblos y barrios adyacentes a Arucas,
tanto pertenecientes al municipio, como Cardones, Transmontaña, Santidad, la Goleta, etc. etc., como
gente venida de otros municipios, como Teror, Firgas, Moya, Guía, Gáldar,
Tenoya, Tamaraceite y hasta de la misma capital, Las Palmas de Gran Canaria.
El domingo por la tarde y a
partir de las cinco o cinco y media, la calle León y Castillo y Arucas en
general, se convertía en una gran concentración de gente, un gran tropel de
personas que, , cual si de una manifestación de marionetas procesionarias se
tratara, iban en procesión unas tras otras, con una desorganización muy bien
organizada, formada por toda clase de seres que venían a participar en el
Paseo. Se veían matrimonios, a estos con sus hijos, pandillas de chicos
solteros, pandillas de chicas solteras, parejas de novios, chicos en busca de
novia y chicas en busca de novio. Se desarrollaba por toda la calle principal
de Arucas, desde la tieda de Rupertito hasta el cruce de la Heredad. Un círculo
sin fin con idas por una lado de la calle y vuelta por el otro y así
sucesivamente, hasta bien pasadas las diez de la noche.
Como suele suceder en todas
partes, había gente, más bien jóvenes, que llevaban el rumbo al revés y que
iban a contrapelo o contracorriente, es decir, que iban por donde la gente
venía y venían por donde los demás iban y no es que tuvieran ningún problema de
dislexia, no, era con toda la intención y picardía del mundo, a fin de
encontrarte de frente con aquél al que
le habías echado el ojo o con aquella que te hacía tilín
Había para ello sus tácticas
preconcebidas y maneras concretas de saber si podía cuajar un noviazgo. Los
chicos en su ir y venir, aojaban a la chica que les atraía y al cruzarse con
ella (las chicas solían ir de dos en dos o de tres en tres), había como un
cruce de miradas entre ambos. A veces se desplegaba una sonrisa de complicidad
y de atracción, como queriendo decir “tú también me gustas” y de ahí en
adelante , el camino se allanaba, podías entrar en contacto y posiblemente dar
comienzo a un idilio amoroso que en muchas ocasiones y a posteriori terminaba
en noviazgo formal y las más de las veces, en matrimonio. ¡Cuántos matrimonios
han tenido su origen en Arucas, concretamente en el Paseo!.
El chico, buscando novia y tras
haberle echado el ojo a una, se colocaba al borde de la acera viendo pasar la
procesión de gente que, en circuito sin fin, iba y venía. Si la chica iba con otra amiga y la que a ti te gustaba
iba por la parte que daba hacia el centro de la calle, tras cruzar tu mirada y
sonrisa con ella, debías esperar al próximo pase a tu altura. Si la chica que
habías aojado, se había cambiado de sitio y ahora venía por el lado más cercano
a la acera, sin palabras te estaba diciendo que el camino estaba expedito y el
próximo paso ya lo tenías que dar tú, acercarte a ella, cortejarla e iniciar el
idilio.
Si estando al borde de la acera,
como antes dije, las chicas venían en grupo de tres y la que a ti te gustaba
iba al centro o por el lado central de la calle, al volver a pasar a tu altura
en la siguiente vuelta, tenías que observar si aquella había cambiado su
posición dentro del grupo o trío. Si permanecía en su sitio, es decir, en el
centro de las tres o por la parte central del Paseo, ahí no había nada que
rascar y mejor era que te dedicaras a otra cosa o intentases pescar en otras
aguas. Si por el contrario, la chica había cambiado su sitio y se había situado
por el lado más próximo a la acera, es decir, para pasar junto a donde tú
estabas, ya ( las feromonas empezaban a realizar su trabajo) esa actitud te
indicaba que la chica estaba receptiva, que tú le gustabas también y que tenías
que entrar con valentía, que te
arrimaras e intentases cuajar. Si tras
los primeros contactos la simpatía era mutua y los intereses convergentes, ahí
había “chance” y podía ser el comienzo de
futuro y próspero noviazgo.
Una vez iniciado ese primer
contacto ya todo era cuestión de que la cosa se prolongara en el tiempo y así
volver a quedar para el domingo siguiente o, si la cosa llegaba a ser más en
serio y se establecía el noviazgo en toda regla, incluso ya podías acompañar a
la chica a su casa y quedar en verse entre semana (antes, los jueves y los
domingos eran los días de novios).
Aproximadamente sobre las diez de
la noche, ya el panorama se iba despejando, cada vez iba quedando menos gente y
unos para sus casas y otros para las suyas, unos se iban al cine en función de
las 10 de la noche y otros cogían el coche que les retornase a su lugar,
barrio, pueblo o municipio de origen.
Siempre quedaban los rezagados
que a última hora tenían que ingeniárselas para coger coche. Los piratas tenían
su último servicio a las diez de la noche, los coches de hora no tenían
servicio nocturno y un taxi, si no lo cogían entre tres o cuatro, resultaba muy
caro. Siempre quedaba el recurso del “coche de los novios” que por aquel tiempo
eran lo coches que, esperando hasta última hora, arrastraban por todos los que
quedaban, viéndose en ocasiones algún coche que, con sólo seis o siete plazas,
llevaban dentro hasta 18 ó 20 personas.
¿Quién no recuerda al Trono de
Cardones?, coche que recibió tal apodo, porque de tanta gente que llevaba
dentro (incluso algunos agarrados por fuera) parecía que iba “enramado”. ¿Quién
no recuerda el coche de Antonio el Mamón?, apelativo con que se conocía a su
propietario (dicho en el sentido más cariñoso y sin ningún ánimo peyorativo) y
que siempre iba “requintado” de tanta gente que llevaba dentro y los cuales,
unos encima de otro, tenían que ingeniárselas para desaparecer
instantáneamente, cuando al divisar a la policía de tráfico, Antoñito gritaba
aquello de “cuerpo a tierra, ¡la policía!”. Por arte de magia, unos por un lado
y otros por otro, todo el mundo se tiraba en el piso del coche y así lograr
sortear la visión policial.
El Paseo era amenizado casi todos
los domingos, por las “tocatas” (conciertos) de la banda municipal de música de
Arucas. A veces la banda no daba concierto por la tarde durante el Paseo,
porque dicho concierto se había dado por la mañana en el parque de San
Sebastián (o parque de los gansos) que, dicho sea de paso ya no existe, estaba
situado delante del edificio del ayuntamiento donde hasta hace muy poco estaba
situada la fuente luminosa y el monumento a Doramas. Otras veces el concierto
de la banda municipal se daba en la plaza de San Juan, junto a la iglesia, en
un kiosco que allí había para tal fín,
en cuya parte superior techada tocaba la
banda de música y en lo bajo había una especie de bar-café, a cuyo alrededor se
congregaba la gente, pudiendo tomarte un refresco, un café, cuba libre o cosas
por el estilo, mientras escuchabas los acordes musicales de la banda municipal
de música de Arucas, dirigida en aquellos tiempos por D. Antonio Herrera o por
el sub-director D. Francisco Brito.
En definitiva, muy a grandes
razgos, eso era lo que en Arucas se conocía por el Paseo, podías pasarte la
tarde tranquilamente paseando en compañía de tus amigos, o amigas, echándole el
ojo a la chica o al chico que te gustaba. Cuando unos para un lado y otros para
el otro, se cruzaban las miradas y surgía la sonrisa picarona en señal de
complicidad, podías estar seguro que allí había “chance” y podías hacer el intento
del emparejamiento. Si al cruzarse, la
mirada era esquiva y desafiante, ahí no había nada que hacer y, como diría
Braulio en una de sus canciones,
¡mándese a mudar!, podías dedicarte a otra cosa, porque allí no ibas a
pescar nada.
Aparte de dedicarte a pasear
durante toda la tarde-noche en el Paseo, tanto los grupos de chicos, como los
grupos de chicas, las parejas de novios, los matrimonios y todo aquel que lo
deseaba, se podían tomar un descanso sentados a la mesa de cualquiera de los
muchos bares que había en la ciudad, no solo en la misma plaza, centro del
Paseo, sino en los de los aledaños que también hacían su “agosto” en las tardes
dominicales. Desde el bar Dávila, el bar Marrero, la churrería de Tino, el bar
de la Reina Mora
y otros más por el estilo. En la calle Suárez Franchy, estaba el bar Estación
(en la misma gasolinera de los Herrera) y el bar de los Gemelos, junto a la
estación de los coches de hora, más tarde y cuando se abrió la otra calle en la
trasera de la estación de gasolina, el bar Las Cañas (hoy bar Balcón de
Arucas).
En la calle León y Castillo
estaba el Casino, junto al antiguo ambulatorio del Seguro y el bar Cá Bruno,
así como el bar Montesdeoca. También, calle arriba, te podías acercar a la Sociedad de Arucas, donde
aparte de mover un poco el esqueleto, podías deleitarte con un par de copas y
disfrutar de la excelente cocina con que acompañaba. Frente a la Sociedad y donde
antiguamente tenía su taller Miguelito el zapatero, Bruno Déniz había montado
también un bar, como todos los que él montaba, con mucho estilo típico canario
y buenas tapas, aparte de un buen y cariñoso servicio.
En la misma plaza de San Juan,
junto a la iglesia, estaba el bar de Vidal (que también fue bar-churrería en su
tiempo), donde también se congregaba un gran número de parroquianos que, a
buenos precios, pasaban un buen rato degustando buenas y sabrosas tapas y
bebidas a destajo.
Podías ir al cine. En aquel
tiempo tenías opción donde elegir. Podías ir al Cine Díaz (en plena calle León
y Castillo, donde se celebraba el Paseo), podías ir al Cine Viejo (o Teatro
Cine, en la calle San Juan) o podías ir al Cine Rosales (en la calle Suárez
Franhy o calle de atrás), este último era de reciente construcción y por tanto
con sistemas más modernos que los dos anteriores, aunque la primacía por su
limpieza, seriedad y películas de prestigio, siempre la obstentó el Cine Díaz.
Hoy en día creo que solo existe
el cine Rosales, pues los otros dos han desaparecido. El cine Díaz creo que ha
sido adquirido por el Ayuntamiento para dedicarlo a biblioteca, centro de
cultura o no sé qué, lo cierto es que esa canción la vengo oyendo desde hace
unos cuantos años y, a pesar del paso del tiempo, dicho proyecto no se
convierte en realidad y hoy en día da hasta sonrojo y vergüenza pasar por
delante del local donde estaba el cine Díaz, porque ni la puerta ni la fachada
tienen la debida conservación de presentación y limpieza que deberían tener,
máxime estando en un lugar tan céntrico de Arucas como es el lugar en que está
enclavado. Si a ello le añades que a pocos metros está el local de la tienda
llamada de “Clarita Almeida”, cuya conservación y limpieza están por el estilo,
el impacto al visitante todavía es mayor en el aspecto negativo.
El Cine Viejo (Teatro Cine),
desapareció como tal y pasó a ser sede de la Afilarmónica “Los
Nietos de Kika”. Hoy en día no sé a qué se dedica aquel local.
Hoy vas a Arucas y notas como que
falta algo. Notas que tiene falta de vida. Los días entre semana, mas o menos
hasta la hora de cierre de los comercios, pasa. Hay trasiego de gente, no
mucho, pero hay meneo. Pero una vez que
ha pasado la hora de cierre comercial, Arucas pierde su vida, los bares se
cierran, las gentes para sus casas y el casco de Arucas queda vacío, como sin
vida.
Un domingo por la mañana, sale la
gente de misa y salvo el rato en que a la salida de la iglesia se congrega todo
el mundo hablando unos con otros para desaparecer al cabo de unos momentos, ya
no se vuelve a ver grupos de gentes pasándolo divertido, formando corrillos o
tertulias, el parque de San Juan vacío, la plaza y zonas aledañas con muy poca
gente y las actividades lúdicas, casi no existen.
No, no es lo mismo de antes. Vas
hacia la plaza y los bares están cerrados, en los parques muy poca gente y los
pocos bares que puedas encontrar, tipo terrazas como el que está frente a la
iglesia, o al final del parque de San Juan, en lo que era la antigua farmacia
Barbosa, la asistencia de público brilla por su ausencia y los domingos por la
tarde, a falta del Paseo, ya no se ve a casi nadie por Arucas, los bares casi
todos cerrados y la afluencia de gente reducida a la más mínima expresión.
El Paseo, creo que perduró durante unos cuantos
años más (yo me trasladé a vivir a Las Palmas de Gran Canaria en el año 72),
luego, paulatinamente, fue desapareciendo poco a poco, porque lo dejaron morir
y así unos domingos con poca asistencia y otros con algo menos, lo cierto es
que a partir de la década de los ochenta terminó por desaparecer una tradición
tan arraigada en Arucas, como era , con mayúsculas, EL PASEO.
Armando Ramírez Sarmiento © 2002
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