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miércoles, 23 de mayo de 2012

Humor en las sombras


Arucas es hoy en día, y a decir verdad siempre lo ha sido, una ciudad acogedora, entrañable, limpia y atractiva, no solo para los habitantes del municipio, sino también para todos aquellos que nos visitan, tanto si son de la isla, del resto del archipiélago o son producto nacional o extranjero, porque todos quedan impresionados y enamorados de lo que es nuestro municipio y las grandes virtudes que tiene, tanto en el terreno agrario, paisajístico,  ornamental, arquitectónico, social ,  cultural, etc. etc. Hoy tenemos una Arucas plena de luz y alegría en todos los rincones. Puedes cruzar el municipio de banda a banda, casi sin encontrarte con ninguna zona de sombras por falta de iluminación.

Quizá una de las zonas que mejor acogida ha tenido, es la zona de la charca camino hacia Visvique, lo que al común de los vecinos se le ha dado por llamar “la ruta del colesterol”, por ser una zona destinada al paseo de los transeúntes, bien caminando, corriendo, haciendo footing, o cualquier otro tipo de ejercicio que ayude de alguna manera a rebajar un poco la grasa sobrante, eliminar los michelines, aminorar el nivel de colesterol en la sangre , templar tensiones y la regulación de los triglicéridos. En definitiva, una zona que nos ayuda a llevar una vida un tanto más deportiva y por tanto más sana por aquello de “mens sana in corpore sano” que diría Pio XII.

Una zona que, aparte de servirnos para hacer algo de deporte, se puede usar también aunque solo sea para dar un simple paseo, saliendo de Arucas y llegando hasta la entrada a Visvique y vuelta otra vez para Arucas. Un paseo agradable que cubre las necesidades de los transeúntes, tanto de día como de noche, porque la iluminación que tiene la zona, invita a dar esos paseos nocturnos, sin temor alguno a cualquier percance. ¡Vamos!, que hay tan buena iluminación que, incluso, podrías leer el periódico mientras te dedicas al paseo diario.

Pero... (naturalmente tenía que haber un pero), no siempre ha sido así la zona. No siempre ha estado tan iluminada, ni siempre se ha podido transitar por la misma con la seguridad con que se transita hoy en día, no solo a nivel de seguridad humana, sin temor a ninguna molestia por parte de cualquier otra persona, sino la seguridad a nivel de tráfico rodado, pues hoy los transeúntes van por una vía y el tráfico de vehículos va por otra completamente diferente, sin molestar a los paseantes o los que van a correr, hacer footing o cualquier otro ejercicio propio para sudar un poco y eliminar unas cuantas calorías  y las consiguientes grasas superfluas.

Antiguamente era otra cosa muy distinta. Saliendo de Arucas, el último punto de luz estaba a la altura del Pino y el siguiente no lo venías a encontrar hasta la llegada a Visvique, exactamente donde está el mojón del kilómetro 1. Y no vayan a creer que eran focos de 3.000  o 4.000 vatios, que dieran una iluminación excepcional, ¡que va!, eran unos simples bombillitos de 100 ó 150 bujías, que en la oscuridad de la noche no te permitían ver mucho más allá de tus narices.

Con este panorama imagínense como era el transitar por la carretera de Arucas a Visvique, sobre todo en noches de luna nueva.  Cuando era tiempo de luna llena, con la claridad de la luna, más o menos nos defendíamos y podíamos tirar carretera adelante, pero con luna nueva, a oscuras, ¡aaamigos!, eso era otra cosa bien distinta. Ibamos dando tumbos y poco menos que caminando de oído, porque no veíamos absolutamente nada y solo de vez en cuando, al pasar algún que otro coche, bien particular o taxi, podíamos ver a lo lejos y hacernos una composición de lugar, viendo el terreno que pisábamos.

Caminabas por el centro de la carretera y solo cuando veías venir algún coche, te echabas a un lado, para volver al centro una vez pasado el vehículo en cuestión. Lo de caminar por el centro de la carretera, no era un mero capricho, no señor. Se debía más bien al respeto que imponía la oscuridad reinante y el caminar entre plataneras por un lado y por otro y el dispararse la imaginación, pensando en un sinfín de situaciones de posibles, aunque no reales, atracos y un sinfín de historias, fruto todas ellas de tu más o menos desarrollada imaginación.

Ya se sabe que la imaginación es libre y cuando uno va caminando solo en la noche, con plataneras por un lado y plataneras por otro, una simple hoja de platanera colocada en una situación determinada, la imaginación te la hace ver como a una persona agazapada, a la espera de hacerte daño a tu paso.

Vas caminando y el vaivén de las hojas, mecidas por la suave brisa nocturna te hace ver movimientos de personas, que solo existen en tu mente y para colmo, si esa brisa, esa ventisca que pueda haberse levantado, es suficiente como para partir una hoja, no te puedes imaginar la cascada de situaciones que se producen. Cuando oyes ese chasquido al partirse la hoja a tus espaldas, una corriente eléctrica te recorre todo el cuerpo, los pelos se te erizan, un suave sudor frío te baña de arriba a abajo, la carne se te pone de gallina, el organismo te empieza a segregar adrenalina en cantidades industriales, los esfínteres empiezan a perder el control, alguna gotita se te escapa y como Dios te da a entender y sacando fuerzas y valentía de donde no las hay, empiezas a acelerar el paso sin disimulo alguno y, mientras trincas las nalgas una contra otra, mirando atrás de vez en cuando pensando que alguien te persigue, cuando te das cuenta ya casi estás corriendo.

El peligro ha pasado. Posiblemente, alardeando de valiente, incluso comentes con algún amigo la odisea vivida y con qué arrojo y valentía la solventaste. Por supuesto que, en tu relato, omitirás las gotitas que se te fueron por el pantalón y la carrera de niño asustado que te pegaste. Lo más probable era que, al día siguiente al pasar por el mismo sitio, tú mismo te dieras cuenta de que, lo de la noche anterior, fue todo fruto de tu imaginación, al ver la hoja o la platanera partida y caída en el suelo. Posiblemente alguna sonrisa maliciosa se te escapara al comprender lo ridículo de la situación creada.
Pues bien, esa carretera que más o menos a grandes rasgos he tratado de describir, era tal y como la he explicado.

Cuando ibas en grupo de dos o más personas, la pasabas más o menos bien, pero en solitario y a lo oscuro, se hacía eterna, parecía que nunca acababa y que, cuanto más caminabas, más se alejaba el horizonte a conquistar, a cada movimiento de hojas, cada sombra que pasaba al moverse las plataneras por el viento, hacían que por tu imaginación y en cuestión de décimas de segundos pasasen un sinfín de ilusorias historias y situaciones ridículas. Cuando caminabas hacia Visvique, más o menos aguantabas bien, porque por aquellos tiempos (estamos hablando de la década de los 60 ) aunque todavía la iglesia de Arucas no  tenía la iluminación que hoy tiene, si es verdad que ya contaba con bastantes luminarias, aparte de las propias de la iluminación del casco de la ciudad y ¡naturalmente! al ir caminando hacia Visvique, esas luces las tenías a tus espaldas con lo cual, hacia delante algo veías, no mucho, pero sí lo suficiente para orientarte.

Lo malo era venir de Visvique hacia Arucas. En este caso las luces de la iglesia y del casco de la ciudad las tenías de frente, con lo cual no solo no te alumbraban ni te servían para nada, sino que, al contrario, el efecto que producían era de deslumbramiento y por tanto no te permitían ver nada delante de tí, caminando a ciegas y poco menos que dando tumbos.

Esa carretera, yo la tenía que transitar casi todos los días y (por supuesto) casi todas las noches, tanto en un sentido como en otro, unas veces acompañado y otras veces en solitario y les puedo jurar que he sentido todas las sensaciones que anteriormente he detallado y algunas más que, por vergüenza torera, más vale callar. A veces había suerte, pues la mayoría de los taxistas de Arucas eran conocidos y cuando regresaban de realizar algún viaje a Santa Flora o Los Portales, al ver caminando a una persona camino de Arucas, la mayoría de ellos paraban y te arrastraban hasta la parada. Ellos habían hecho el viaje y lo habían cobrado, pero tenían que volver de vacíos, por lo cual siempre o la mayoría de las veces te hacían ese favor de arrastrarte hasta el centro del casco donde tenían la parada. Magníficos taxistas hubo en Arucas y excelentes personas: Juanito Hernández, Manolo Darias, Paquito Hernández, Juan Cardona, Paulino, Antonio Berrocal, etc. etc. un sinfín de nombres de taxistas, cuya enumeración sería muy extensa. Valga el citar solo a estos, en representación de todo un magnífico gremio, como ha sido y es el gremio de taxistas de Arucas.

Por aquellos tiempos yo tenía a mi novia que vivía en Visvique (hoy es mi mujer y con la que llevo casado más de tres décadas). En su casa había nada menos que siete hermanas, de las cuales cinco tenían novio. Los domingos veníamos al Paseo y luego quedábamos para ir todos juntos a la vuelta. Lo hacíamos en grupo carretera adelante, grupo que solo se rompía para ponernos en fila india, cuando venía un coche y luego volver a agruparnos por aquello de que “el miedo si es compartido, siempre toca a menos” y vean como son las cosas, después de detallar lo que he detallado antes sobre las figuras de las plataneras, las imágenes que te hacen concebir las sombras de las hojas movidas por el viento o la percepción de algún sonido extraño, lo cierto es que a pesar de ir en grupo, nadie quería quedarse el último por el respeto que imponía la situación.
A la vuelta veníamos todos los novios juntos hasta Arucas, donde cada uno tomaba sus correspondientes derroteros. Uno de los novios, a veces traía coche, con lo cual nos llevaba a los demás hasta Arucas. Luego él seguía para Las Palmas de Gran Canaria y los demás en Arucas, nos repartíamos cada uno a su territorio familiar.

Esto era lo más común, el venir todos juntos, pero había veces (yo diría que bastantes), en que yo tenía que volver solo y ahí había que echarle valor al asunto. Recuerdo que en cierta ocasión había acompañado a mi novia hasta su casa. Allí estuvimos largo tiempo e incluso recuerdo haber jugado una partida de dominó con el padre y el tío de mi novia. A una hora determinada emprendí camino de regreso hacia Arucas (yo vivía en la Hoya de San Juan, completamente al lado contrario).

Recuerdo que aquel día vestía un traje oscuro, pantalón y chaqueta, y por tanto se pueden imaginar que en una noche de luna nueva, con traje oscuro, era imposible distinguirme en la negrura de la noche. Yo venia caminando hacia Arucas, no por el lado de las plataneras (¡eso, ni de coña!), sino por el otro lado, donde había un muro que todavía hoy existe y que es el límite interno de la ruta del colesterol. Con la negrura de la noche, las luces de la ciudad y de la iglesia dándome en la cara con lo cual me deslumbraban y no me permitían ver nada hacia delante. Yo venía caminando a ciegas y poco menos que con el piloto automático. Venía fumando un cigarrillo.

Al mismo tiempo, otro señor, también vestido de oscuro caminaba en sentido contrario, es decir desde Arucas hacia Visvique, traía zapatos con goma por debajo lo que le permitía no hacer ruido al caminar. El me veía a mí, pues aparte de traer las luces a su espalda, al yo traer el cigarrillo encendido, la brasa de cigarro me delataba. Yo a él ni le veía, (con las luces de frente y su traje oscuro era imposible) ni le oía, pues sus zapatos no hacían ruido al tener piso de goma.

En definitiva, por diversas circunstancias, el me veía a mi pero yo a él, ni imaginármelo. Pues a todas estas, imagínense vds. que cuando él llegó a mi altura, acercándose a mí, con una voz bronca y resonante, que en aquellos momentos me pareció de ultratumba, me dice: “¿Me da fuego, por favor?”. Yo quedé sobrecogido, un sentimiento de miedo y de terror recorrió mi cuerpo, los pelos de punta, el cuerpo sudoroso, los nervios a punto de estallar y... ¡estallaron!. Pegué un grito espeluznante, que lo tuvieron que oir en Teror: ¡¡¡Mamáááá!!! y con la misma eché a correr en dirección a Visvique.

El señor que me había pedido fuego, naturalmente no se esperaba mi reacción y también quedó atenazado y petrificado por la situación. Se asustó él también y al grito de ¡¡¡Mamááá!!!, más fuerte que el mío, echó a correr hacia Arucas.

La situación, ridícula y simpática al mismo tiempo, duró solo unos segundos, los suficientes para que los dos comprendiéramos lo ocurrido y de inmediato, él por una parte y yo por otra, los dos nos echamos a reír y vaya que si reímos, lo hicimos durante un buen rato y a mandíbula batiente. Hicimos algunos comentarios jocosos sobre el momento, le facilité el fuego, para su cigarro, que me había pedido, nos saludamos y a renglón seguido él continuó su ruta hacia Visvique y yo la mía hacia Arucas, una ruta que felizmente pude completar sano y salvo, pero que al cabo de un rato, cuando ya los nervios se habían “asentado”, cuando ya el cuerpo, repuesto del susto y de la situación vivida, volvía a coger su temperatura normal, una sensación de humedad y calor al mismo tiempo, empezaba a manifestarse por la zona de las entrepiernas, los muslos y las piernas hasta los mismísimos zapatos. 

Algo me dio a entender que, en el fragor de la situación vivida, con el susto y la carrera incluidos, sin que ni tan siquiera me hubiese dado cuenta, ¡me había meado en los calzones!, así mismo tal y como lo cuento.

 Armando Ramírez Sarmiento © 2004

jueves, 10 de mayo de 2012

El Paseo


Tiene Arucas maravillas
como su iglesia y su altar
donde se bautizan niños
donde se aprende a rezar.

Así rezan las estrofas que componen una canción dedicada a la ciudad de Arucas, que en su día fue compuesta en música y letra por el que fuera director de la banda municipal de Arucas D. Antonio Herrera y cantada a los cuatro vientos por la singular e inigualable María Mérida.

Por otra parte Fernando Ramírez Suárez, hijo de Arucas y excelente periodista (hoy ya jubilado) del Diario de Las Palmas, cantaba a Arucas con un glosario de posesías en su libro titulado “El agua y la piedra”.

Y es que Arucas, de siempre ha sido conocida por su riqueza arquitectónica gracias al arduo trabajo de sus labrantes que sacaban hermosas formas de la piedra sacada de sus canteras, canteras de piedra azul de prestigio en todo el archipiélago y con las cuales se han levantado innumerables edificios y frontis de muchas casas que hoy son la admiración del visitante.

El agua era otro recurso que tenía Arucas. Gracias a sus presas, estanques y demás embalses hacían de Arucas una vega fértil y vistosa en sus extensas plantaciones de plataneras así como en la frondosidad de sus jardines, donde la flora era de singular diversidad y de vistoso colorido, por algo también se conoce a Arucas, como “la ciudad de las flores". ¡Que bien sonaban, igualmente, las estrofas que seguían de la canción que al principio mencionábamos :

Linda ciudad de Arucas
de conjunto tropical
verdes campos verdes valles
y verde su platanar.

Un paseo por Arucas, era un regalo a la vista del visitante y un placer para el aruquense, que se sentía orgulloso de la ciudad que le vió nacer. ¿Que aruquense no se sintió orgulloso de ver la extensa alfombra de flores de mundo (más conocidas por hortensias) que florecían en el jardín municipal, aproximadamente por los meses de mayo y junio, casi como queriendo sumarse a las fiestas del patrono San Juan?. Es que Arucas, siempre ha sido un regalo de la naturaleza, puesta ahí por Dios, para disfrute de los que en Arucas hemos nacido y nos hemos criado, como para placer y admiración del que nos visita.

Pero, aunque Arucas sigue conservando su encanto, su atractivo y ese imán que de alguna forma nos sigue sirviendo de apego, ya Arucas ha ido perdiendo algo de aquella identidad que tuviese antaño, de esos elementos identificativos que hacían de Arucas la ciudad envidiada por todos los demás municipios, tanto del norte como del centro de la isla.

Quien tenga hoy en día de veinte años en adelante, podrá recordar perfectamente algo que ya  no se da en Arucas y que por aquellos tiempos era el pan de cada día o, mejor dicho, de cada semana, pues era cita imprescindible de cada domingo.

¿A qué hora quedamos? Preguntaba el novio a la novia. A las seis y media, contestaba ésta. ¿Y donde nos vemos?, volvía a preguntar. ¿Donde va a ser?¡en el PASEO, como siempre! Era la respuesta tajante. Ya no había más que preguntar.

El PASEO. ¿Recuerdan el Paseo?. Naturalmente los jóvenes de hoy no sabrán lo que era el Paseo, a no ser que sus mayores se lo hayan contado. El Paseo, era una tradición ancestral de Arucas y al que asistía gente venida de todos los pueblos y barrios adyacentes a Arucas, tanto pertenecientes al municipio, como Cardones, Transmontaña, Santidad, la Goleta, etc. etc., como gente venida de otros municipios, como Teror, Firgas, Moya, Guía, Gáldar, Tenoya, Tamaraceite y hasta de la misma capital, Las Palmas de Gran Canaria.

El domingo por la tarde y a partir de las cinco o cinco y media, la calle León y Castillo y Arucas en general, se convertía en una gran concentración de gente, un gran tropel de personas que, , cual si de una manifestación de marionetas procesionarias se tratara, iban en procesión unas tras otras, con una desorganización muy bien organizada, formada por toda clase de seres que venían a participar en el Paseo. Se veían matrimonios, a estos con sus hijos, pandillas de chicos solteros, pandillas de chicas solteras, parejas de novios, chicos en busca de novia y chicas en busca de novio. Se desarrollaba por toda la calle principal de Arucas, desde la tieda de Rupertito hasta el cruce de la Heredad. Un círculo sin fin con idas por una lado de la calle y vuelta por el otro y así sucesivamente, hasta bien pasadas las diez de la noche.

Como suele suceder en todas partes, había gente, más bien jóvenes, que llevaban el rumbo al revés y que iban a contrapelo o contracorriente, es decir, que iban por donde la gente venía y venían por donde los demás iban y no es que tuvieran ningún problema de dislexia, no, era con toda la intención y picardía del mundo, a fin de encontrarte de frente con aquél  al que le habías echado el ojo o con aquella que te hacía tilín

Había para ello sus tácticas preconcebidas y maneras concretas de saber si podía cuajar un noviazgo. Los chicos en su ir y venir, aojaban a la chica que les atraía y al cruzarse con ella (las chicas solían ir de dos en dos o de tres en tres), había como un cruce de miradas entre ambos. A veces se desplegaba una sonrisa de complicidad y de atracción, como queriendo decir “tú también me gustas” y de ahí en adelante , el camino se allanaba, podías entrar en contacto y posiblemente dar comienzo a un idilio amoroso que en muchas ocasiones y a posteriori terminaba en noviazgo formal y las más de las veces, en matrimonio. ¡Cuántos matrimonios han tenido su origen en Arucas, concretamente en el Paseo!.

El chico, buscando novia y tras haberle echado el ojo a una, se colocaba al borde de la acera viendo pasar la procesión de gente que, en circuito sin fin, iba y venía. Si la chica  iba con otra amiga y la que a ti te gustaba iba por la parte que daba hacia el centro de la calle, tras cruzar tu mirada y sonrisa con ella, debías esperar al próximo pase a tu altura. Si la chica que habías aojado, se había cambiado de sitio y ahora venía por el lado más cercano a la acera, sin palabras te estaba diciendo que el camino estaba expedito y el próximo paso ya lo tenías que dar tú, acercarte a ella, cortejarla e iniciar el idilio.

Si estando al borde de la acera, como antes dije, las chicas venían en grupo de tres y la que a ti te gustaba iba al centro o por el lado central de la calle, al volver a pasar a tu altura en la siguiente vuelta, tenías que observar si aquella había cambiado su posición dentro del grupo o trío. Si permanecía en su sitio, es decir, en el centro de las tres o por la parte central del Paseo, ahí no había nada que rascar y mejor era que te dedicaras a otra cosa o intentases pescar en otras aguas. Si por el contrario, la chica había cambiado su sitio y se había situado por el lado más próximo a la acera, es decir, para pasar junto a donde tú estabas, ya ( las feromonas empezaban a realizar su trabajo) esa actitud te indicaba que la chica estaba receptiva, que tú le gustabas también y que tenías que entrar con  valentía, que te arrimaras  e intentases cuajar. Si tras los primeros contactos la simpatía era mutua y los intereses convergentes, ahí había “chance” y podía ser el comienzo de  futuro y próspero noviazgo.

Una vez iniciado ese primer contacto ya todo era cuestión de que la cosa se prolongara en el tiempo y así volver a quedar para el domingo siguiente o, si la cosa llegaba a ser más en serio y se establecía el noviazgo en toda regla, incluso ya podías acompañar a la chica a su casa y quedar en verse entre semana (antes, los jueves y los domingos eran los días de novios).

Aproximadamente sobre las diez de la noche, ya el panorama se iba despejando, cada vez iba quedando menos gente y unos para sus casas y otros para las suyas, unos se iban al cine en función de las 10 de la noche y otros cogían el coche que les retornase a su lugar, barrio, pueblo o municipio de origen.

Siempre quedaban los rezagados que a última hora tenían que ingeniárselas para coger coche. Los piratas tenían su último servicio a las diez de la noche, los coches de hora no tenían servicio nocturno y un taxi, si no lo cogían entre tres o cuatro, resultaba muy caro. Siempre quedaba el recurso del “coche de los novios” que por aquel tiempo eran lo coches que, esperando hasta última hora, arrastraban por todos los que quedaban, viéndose en ocasiones algún coche que, con sólo seis o siete plazas, llevaban dentro hasta 18 ó 20 personas.

¿Quién no recuerda al Trono de Cardones?, coche que recibió tal apodo, porque de tanta gente que llevaba dentro (incluso algunos agarrados por fuera) parecía que iba “enramado”. ¿Quién no recuerda el coche de Antonio el Mamón?, apelativo con que se conocía a su propietario (dicho en el sentido más cariñoso y sin ningún ánimo peyorativo) y que siempre iba “requintado” de tanta gente que llevaba dentro y los cuales, unos encima de otro, tenían que ingeniárselas para desaparecer instantáneamente, cuando al divisar a la policía de tráfico, Antoñito gritaba aquello de “cuerpo a tierra, ¡la policía!”. Por arte de magia, unos por un lado y otros por otro, todo el mundo se tiraba en el piso del coche y así lograr sortear la visión policial.

El Paseo era amenizado casi todos los domingos, por las “tocatas” (conciertos) de la banda municipal de música de Arucas. A veces la banda no daba concierto por la tarde durante el Paseo, porque dicho concierto se había dado por la mañana en el parque de San Sebastián (o parque de los gansos) que, dicho sea de paso ya no existe, estaba situado delante del edificio del ayuntamiento donde hasta hace muy poco estaba situada la fuente luminosa y el monumento a Doramas. Otras veces el concierto de la banda municipal se daba en la plaza de San Juan, junto a la iglesia, en un kiosco que  allí había para tal fín, en cuya parte superior techada  tocaba la banda de música y en lo bajo había una especie de bar-café, a cuyo alrededor se congregaba la gente, pudiendo tomarte un refresco, un café, cuba libre o cosas por el estilo, mientras escuchabas los acordes musicales de la banda municipal de música de Arucas, dirigida en aquellos tiempos por D. Antonio Herrera o por el sub-director D. Francisco Brito.

En definitiva, muy a grandes razgos, eso era lo que en Arucas se conocía por el Paseo, podías pasarte la tarde tranquilamente paseando en compañía de tus amigos, o amigas, echándole el ojo a la chica o al chico que te gustaba. Cuando unos para un lado y otros para el otro, se cruzaban las miradas y surgía la sonrisa picarona en señal de complicidad, podías estar seguro que allí había “chance” y podías hacer el intento del emparejamiento.  Si al cruzarse, la mirada era esquiva y desafiante, ahí no había nada que hacer y, como diría Braulio en una de sus canciones,  ¡mándese a mudar!, podías dedicarte a otra cosa, porque allí no ibas a pescar nada.

Aparte de dedicarte a pasear durante toda la tarde-noche en el Paseo, tanto los grupos de chicos, como los grupos de chicas, las parejas de novios, los matrimonios y todo aquel que lo deseaba, se podían tomar un descanso sentados a la mesa de cualquiera de los muchos bares que había en la ciudad, no solo en la misma plaza, centro del Paseo, sino en los de los aledaños que también hacían su “agosto” en las tardes dominicales. Desde el bar Dávila, el bar Marrero, la churrería de Tino, el bar de la Reina Mora y otros más por el estilo. En la calle Suárez Franchy, estaba el bar Estación (en la misma gasolinera de los Herrera) y el bar de los Gemelos, junto a la estación de los coches de hora, más tarde y cuando se abrió la otra calle en la trasera de la estación de gasolina, el bar Las Cañas (hoy bar Balcón de Arucas).

En la calle León y Castillo estaba el Casino, junto al antiguo ambulatorio del Seguro y el bar Cá Bruno, así como el bar Montesdeoca. También, calle arriba, te podías acercar a la Sociedad de Arucas, donde aparte de mover un poco el esqueleto, podías deleitarte con un par de copas y disfrutar de la excelente cocina con que acompañaba. Frente a la Sociedad y donde antiguamente tenía su taller Miguelito el zapatero, Bruno Déniz había montado también un bar, como todos los que él montaba, con mucho estilo típico canario y buenas tapas, aparte de un buen y cariñoso servicio.

En la misma plaza de San Juan, junto a la iglesia, estaba el bar de Vidal (que también fue bar-churrería en su tiempo), donde también se congregaba un gran número de parroquianos que, a buenos precios, pasaban un buen rato degustando buenas y sabrosas tapas y bebidas a destajo.

Podías ir al cine. En aquel tiempo tenías opción donde elegir. Podías ir al Cine Díaz (en plena calle León y Castillo, donde se celebraba el Paseo), podías ir al Cine Viejo (o Teatro Cine, en la calle San Juan) o podías ir al Cine Rosales (en la calle Suárez Franhy o calle de atrás), este último era de reciente construcción y por tanto con sistemas más modernos que los dos anteriores, aunque la primacía por su limpieza, seriedad y películas de prestigio, siempre la obstentó el Cine Díaz.

Hoy en día creo que solo existe el cine Rosales, pues los otros dos han desaparecido. El cine Díaz creo que ha sido adquirido por el Ayuntamiento para dedicarlo a biblioteca, centro de cultura o no sé qué, lo cierto es que esa canción la vengo oyendo desde hace unos cuantos años y, a pesar del paso del tiempo, dicho proyecto no se convierte en realidad y hoy en día da hasta sonrojo y vergüenza pasar por delante del local donde estaba el cine Díaz, porque ni la puerta ni la fachada tienen la debida conservación de presentación y limpieza que deberían tener, máxime estando en un lugar tan céntrico de Arucas como es el lugar en que está enclavado. Si a ello le añades que a pocos metros está el local de la tienda llamada de “Clarita Almeida”, cuya conservación y limpieza están por el estilo, el impacto al visitante todavía es mayor en el aspecto negativo.

El Cine Viejo (Teatro Cine), desapareció como tal y pasó a ser sede de la Afilarmónica “Los Nietos de Kika”. Hoy en día no sé a qué se dedica aquel local.

Hoy vas a Arucas y notas como que falta algo. Notas que tiene falta de vida. Los días entre semana, mas o menos hasta la hora de cierre de los comercios, pasa. Hay trasiego de gente, no mucho, pero hay meneo.  Pero una vez que ha pasado la hora de cierre comercial, Arucas pierde su vida, los bares se cierran, las gentes para sus casas y el casco de Arucas queda vacío, como sin vida.

Un domingo por la mañana, sale la gente de misa y salvo el rato en que a la salida de la iglesia se congrega todo el mundo hablando unos con otros para desaparecer al cabo de unos momentos, ya no se vuelve a ver grupos de gentes pasándolo divertido, formando corrillos o tertulias, el parque de San Juan vacío, la plaza y zonas aledañas con muy poca gente y las actividades lúdicas, casi no existen.

No, no es lo mismo de antes. Vas hacia la plaza y los bares están cerrados, en los parques muy poca gente y los pocos bares que puedas encontrar, tipo terrazas como el que está frente a la iglesia, o al final del parque de San Juan, en lo que era la antigua farmacia Barbosa, la asistencia de público brilla por su ausencia y los domingos por la tarde, a falta del Paseo, ya no se ve a casi nadie por Arucas, los bares casi todos cerrados y la afluencia de gente reducida a la más mínima expresión.

El Paseo, creo que perduró durante unos cuantos años más (yo me trasladé a vivir a Las Palmas de Gran Canaria en el año 72), luego, paulatinamente, fue desapareciendo poco a poco, porque lo dejaron morir y así unos domingos con poca asistencia y otros con algo menos, lo cierto es que a partir de la década de los ochenta terminó por desaparecer una tradición tan arraigada en Arucas, como era , con mayúsculas, EL PASEO.
  
Armando Ramírez Sarmiento © 2002


sábado, 5 de mayo de 2012

Juan Vicente Sánchez Castro «¡Juanillo!»



Corría el año 1925, ¿el día?, ¿la hora?, ¿el mes? da lo mismo, total ¿para qué?. Lo cierto es que esa mañana, el cielo había amanecido un tanto opaco, con un color plomizo, con muchos cúmulos o cirros de nube, que de alguna forma tamizaban los rayos del sol. El tiempo amenazaba lluvia o quizá granizo, porque todavía por aquellas fechas en Canarias llovía con cierta asiduidad y hasta los barrancos corrían llevando bastante caudal de agua, cosa que hoy en día y tras años de una pertinaz y más que agobiante sequía, los más jóvenes casi ni han visto ni en sueños.

1925 (Adolf Jessen - Fedac)
Ese día, tal vez para muchos un tanto desapacible, iba a ser un día feliz para una humilde familia que, a la sazón, residía allá por lo que se llamaba “El Barranquillo”, es decir en la calle que partiendo del parque de San Sebastián (hoy desaparecido) ubicado en el frontal del ayuntamiento, corría hacia la Acequia Alta camino de Transmontaña y Cardones.

Ese día era el señalado para que viniese  una criatura a este mundo, esperada con ansiedad por su madre, ya con los típicos dolores de parto y por toda su familia. En aquellos tiempos no se acudía a parir a la clínica ni al hospital, tampoco existía la anestesia por goteo ni la inyección epidural, que aminorase los dolores, no, no existía nada de eso y todo se producía en casa y tal y como la madre naturaleza había previsto que sucediera. A todo reventar se tenía la ayuda de una partera o comadrona, no por el título que obstentara, sino por la práctica que tenía en tales menesteres tras haber asistido a un sinfín de parturientas de la época.

Y llegó a tiempo la partera, el tiempo justo para calentar un poco de agua y tenerla preparada para proceder a la limpieza que, posteriormente al parto, se hace tanto al recién nacido como a su progenitora, porque sin hacerse esperar dio señales de vida la criatura que de inmediato y tras el correspondiente corte del cordón umbilical y el consabido “tortazo”, daba sus primeros esperríos para repetirlos posteriormente tras tomar la correspondiente ración de aire en sus pulmones recién estrenados en este mundo. ¡No sabía la criatura, cuantos problemas iba a tener posteriormente con el correr de los años!.

¡Es un niño!, gritó la partera mientras lo sostenía en el aire agarrado por los pies y mientras iniciaba la labor de higienizarlo (antes no existían las ecografías que con antelación nos indican el sexo de lo que va a nacer, con lo que nos quita esa ansiedad, esa  ilusión , incertidumbre y emoción de esperar al momento del nacimiento para saber si lo que ha nacido es un niño o una niña) y a renglón seguido lo depositó en los brazos de su madre, que con todo el cariño del mundo ¡el cariño de una madre!, lo apretujó entre sus brazos dándole el calor que necesitaba pues ya la criatura, aún desnudita y en espera de que lo empezasen a ataviar con sus ropajes, empezaba a tiritar de frío.

La noticia, como pasa siempre, se extendió rápidamente por la vecindad y a renglón seguido empezó el jubileo de vecinas y vecinos, unas y otros felicitando a los padres y tertuliando ellas con la madre y ellos con el padre y los hermanos, mientras empezaba a correr el buchito de café de un lado para otro (las cafeteras no daban abastos y los cucuruchos coladores se sucedían uno tras otro) y los piscos de ron, anís o licores para festejar el feliz acontecimiento se desparramaron a destajo.

Como suele pasar en todas partes, para los asistentes el niño era muy bonito (¿por qué será que todos los niños que nacen son bonitos y guapotes al decir de los que nos visitan, cuando por regla general y salvo excepciones, todos los recién nacidos por la flacidez de la piel, las arrugas de la misma y color con que nacen, suelen ser más feos que Picio?), para unos tenía un parecido total con el padre, pero los ojos son de la madre. Para otros no cabía la menor duda que la nariz que tenía, era la de la familia Sánchez (por su padre), pero la cara, los ojos  y la boca son de la familia Castro (por su madre), vamos que como diría el del chiste, solo faltaba que el niño dijera aquello de “y los pañales de mi abuelo”. En fin, todas esas tonterías que, por decir algo, se suelen decir en este tipo de casos a falta de otros argumentos de conversación.

1925 (Fernando Baena - Fedac)
A los pocos días, con una cohorte de asistentes, padre, madre, hermanos, familiares y vecinos mas allegados, se llevaba a cabo en la iglesia de San Juan Bautista el acto de administrarle el sacramento del Bautismo. ¿Cómo se va a llamar? Preguntó el sacerdote oficiante. Juan Vicente, contestaba el padrino rápidamente ante el asentimiento del padre y los demás presentes. El cura, levantando el recipiente litúrgico, tras haberlo llenado de agua bendita y mientras lo vertía haciendo la señal de la cruz sobre la cabeza del neófito, decía: “Juan Vicente, yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

Ya era un ser cristiano, ya había dejado atrás el mundo de los catecúmenos para ingresar en el colectivo más extendido del mundo, como es el colectivo Cristiano, Católico, Apostólico y Romano.

Y empezó su andadura por este mundo nuestro, pasó sus primeros años como los pasaban todos los niños de la época, entre pañales hechos a base de cachos de sacos de azúcar, azaleas de baifo en la cuna para aguantar los orines y toda esa parafernalia que nuestras madres se tenían que inventar antes (no existían los pañales de usar y tirar de hoy en día) para tener siempre al niño bien atendido y sequito. Los pañales, de fabricación casera se lavaban, se tendían a secar y volvían a reutilizarse.

Fue al colegio y allí aprendió lo más elemental, no mucho por cierto, pero sí lo suficiente para saber contar aunque sólo fuese hasta veinte o treinta. Y no aprendió más porque, desgraciadamente para sus padres y familiares y, por supuesto, más desgraciadamente para él, pronto se le detectó una minusvalía cerebral y una falta de lucidez en sus neuronas que le impedían progresar en sus conocimientos y así fue como poco a poco y con el paso de los años se fue convirtiendo en una persona retrasada, aunque para la ciudad de  Arucas , fue un personaje emblemático, señero, popular y típico.

Todas las ciudades tienen a su personaje popular, esa persona con la que todo el mundo tiene que ver, a la que todo el mundo le gasta bromas, unas de buen gusto y otras con alguna “mala uva”, pero que en definitiva es símbolo de la ciudad y a la que, a pesar de todo, todo el mundo respeta y le admira.

La aruquense Lolita Pluma (Gofiones.com)
En Las Palmas de Gran Canaria, ¿quien no recuerda a Andrés “El Ratón”, con su guerrera militar cargada de medallas o a Lolita Plumas, con su pintarrajeada cara, su especie de minifalda y su cajoncito para vender, cerillas o tabaco?.

En Guía-Gáldar, ¿quién no recuerda a Tomasín, con su mirada fija y desafiante, al mismo tiempo que dirigía, a su modo, la circulación?

En Arucas  ¿quién no recuerda a Pepe el Bobo (con sus seis dedos en cada mano), a Juan el Claro con su mirada vidriosa y ojos saltones, con su caminar pausado y sus espaldas anchas? Y ¿quién no recuerda, aunque no eran de Arucas pero si la frecuentaban asiduamente, tanto a Pepe Cañadulce con su tambor y su gran “fonil” a modo de megáfono anunciando los distintos eventos de las fiestas?, ¿quién no recuerda a Vicente Faltaleches, con sus piernas torcidas y sosteniéndose sobre un gran palo a modo de bastón, mientras solicitaba aquello de “una peseta Maliquita”?.

 ¿Y quien no recuerda en Arucas a Juan Vicente Sánchez Castro?, quizá dicho así a muy pocos le suene el nombre, porque él ha pasado a la historia de Arucas con el sobrenombre con que desde niño fue apodado: JUANILLO.

Juanillo era un personaje, a veces alegre, otras veces gruñón, a veces saltarín y otras veces cabizbajo y meditabundo. Se sentía y lo sabía muy bien, el centro de todas las miradas, de todas las bromas y de las más disparatadas gamberradas, en el sentido más sano de la palabra.

Se le apodaba, no sé por qué, Juanillo “El Podrío” y digo que no sé por qué, porque nunca me supe explicar el motivo de dicho sobrenombre ya que, a fuer de sincero, siempre iba como un palmito de limpio. Su hermana Fefa, que en aquellos tiempos trabajaba como empaquetadora en el almacén de Los Rosales, lo tenía siempre, como se suele decir, “de punta en blanco”. Vestía chaqueta y pantalón color gris, el tipo de tela no sabría decir cual era porque no entiendo mucho de ello, unos dicen que era tela de lino, otros que era de hilo, otros que era de dril, pero lo cierto es que era el típico estilo de tela que se llamaba “ropa de lechero”. Vestía así mismo, camisa blanca con rayas, no llevaba corbata pero sí una boina negra que a veces se calaba hasta las mismas orejas, pero que continuamente estaba sobando entre sus manos para volver a colocársela debidamente sobre su cabeza. Calzaba siempre alpargatas de la época, siempre bien atadas, lo que le permitía una agilidad de movimientos y una rapidez endiablada en su carrera.

Su hablar era tartamudeante, la saliva le sobresalía por la comisura de los labios y la rapidez de sus movimientos podrían coger por sorpresa a más de uno que le diese una  broma, que a su entender no le hiciese gracia.

A Juanillo, se le veía diariamente en la plaza de Arucas a la espera de la llegada de los coches de hora o de los piratas. Los paquetes que venían en los mismos y que, lógicamente tenían sus destinatarios, eran encargados a Juanillo para que los llevara a su destino previo pago correspondiente del servicio de transporte (una, dos o tres pesetas de las de entonces).

Encargarle a Juanillo el transporte de un paquete, era más seguro que encargar un envío por Correo Certificado. Lo que le entregabas a Juanillo podías estar seguro de que llegaba a su destino. Si le decías que el paquete había que entregarlo a Fulano de Tal, era Fulano de Tal quien lo recibía, ni el hermano, ni el padre, ni Dios que bajara a la tierra. Si no estaba Fulano de Tal, Juanillo volvía otra vez con el paquete sin haberlo entregado. Tanto era su celo por cumplir que hasta ese extremo llegaba.

Y cuando le encargabas de llevar algo y le decías que el destinatario era el que le tenía que pagar, él lo llevaba pero ya podías decirle lo que quisieras, que si no le pagabas no te entregaba el paquete y se volvía de nuevo con el mismo. Yo recuerdo en cierta ocasión que le enviaron con una caja a Visvique a llevar algo a la tienda de Melito (q.p.d) y allí se encontraban, aparte de Melito, otras personas entre las que estaban, por citar a algunos, Pepe el grande y Goyo, personas a las cuales les gustaba una mataperrería más que comer y cuando llegó Juanillo con la caja, intentaron convencerle de que la dejara y que en Arucas le pagaría la persona que lo había mandado a Visvique. Naturalmente Juanillo no hizo caso de ello y cogiendo la caja nuevamente, se la echó al hombro y con paso más acelerado aún que con el que había venido, retornó a Arucas con la cajita de marras.

A causa de esas bromas y en momentos en que le cogían desprevenido y soltaba el paquete que llevaba antes de cobrar, le vi derramar lágrimas de impotencia al sentirse humillado y engañado.

En otra ocasión, le enviaron a la Hoya de San Juan a llevar un ataúd de esos pequeñitos y blancos para una niña de corto tiempo que había fallecido. La persona que debía recibir el ataúd, tenía que darle dos pesetas por el servicio , dos pesetas que en aquellos momentos no tenía y Juanillo se volvió para Arucas cargando nuevamente el ataúd.

Juanillo era amable cuando era amable y huraño cuando era huraño. Siempre llevaba una bolsa/talega, donde iba metiendo el dinero (perras chicas, perras gordas o pesetas) que iba obteniendo por sus servicios. Continuamente lo veías sacando el dinero de la talega que siempre llevaba (con sus correspondientes cordones para atarla) y con su mano izquierda (él era zurdo) lo iba contando para saber cuanto tenía. Lo metía nuevamente en la bolsa/talega, para, al cabo de un cierto tiempo, volver a empezar con el mismo rito. 

Juanillo repartía el periódico en Arucas, desde la plaza hasta el Terrero y desde la plaza a la Goleta. Había gente que estaba abonada a la que se lo llevaba todos los días sin faltar y con los periódicos que sobraban se ponía por toda la plaza de un lado a otro hasta acabar con ellos.

Pasabas a su lado y por ver su reacción le preguntabas: ¿Juanillo, cuántos periódicos te quedan? Y él contestaba cuantos le quedaban con una precisión de relojería suiza. Pero si lo querías alterar y le decías que allí habían más de los que él decía, podría pasar una de dos: o que se pusiese a contarlos delante de ti para demostrártelo y entonces la risa de él le llegaba de oreja a oreja,  o que te soltase una fresca y se mandase a mudar porque entonces se ponía “histórico”. Si, he dicho “histórico”, no me he equivocado porque la verdad es que te nombraba a tu padre, a tu madre y a todos tus antepasados.

Cuando sonaban las campanas de la iglesia, lo veías contento contando una tras otra: Una...dos...tres...cuatro...cinco...¡son las cinco! gritaba y se ponía más contento que unas castañuelas. Pero Juanillo, si ha dado seis campanadas, es que son las seis, le decías. Se te quedaba mirando y a renglón seguido te soltaba una sarta de tacos y de insultos que, de la forma en que los decía y con la tartamudez que arrastraba, hasta resultaban graciosos.

Podías darle las bromas que quisieras, pero tenías que procurar que no se sintiese burlado, porque entonces te podías convertir en pasto de sus iras. Sabía llevar las bromas e incluso él mismo te acompañaba en la risa, pero burlarte de él ¡ni se te ocurriera! Porque lo podías pasar mal.

Cuando le pagabas el periódico le podías dar de más, que él te devolvía. Si lo que te sobraba no era mucho y le decías que se lo quedara, la cara de alegría era enorme y los saltos que daba eran propios de cualquier malabarista de circo, pero si por darle una broma le dabas de menos y te emperrabas en no darle lo que faltaba, ¡Madre mía! ¡La de San Quintín!, porque te ponía de insultos como una fregona y no paraba hasta que entrases en razón y le dieras lo que faltaba.

Si por casualidad, llevabas intención de gastarle una broma pesada, que él se sintiese ofendido, humillado y menospreciado, tenías que ser precavido y poner tierra de por medio antes de que él reaccionara porque: 1º.- Corría como un demonio. Tenía una agilidad en la carrera, que ni la de un conejo y como no hubieses puesto suficiente distancia de por medio, te alcanzaba y ahí, en el cuerpo a cuerpo, o (como se dice hoy) en las distancias cortas era intratable. 2º.-  Si por casualidad se agachaba a coger una piedra, ya te podías alejar lo que quisieras que, como no tuvieses un buen parapeto, te la llevabas. ¡Que puntería tenía el niño! Ya dije antes que era zurdo, pues con la zurda cogía una piedra y era capaz de romper una bombilla a casi ochenta metros de distancia, así que ya te puedes imaginar lo que tenías que hacer cuando, por molestarle, veías que se agachaba a coger una piedra para defenderse.

Su familia, consciente también de la dificultad de Juanillo, le arropaba continuamente y le apoyaba en todo lo que hiciese falta. Su hermana Fefa en el cuidado y limpieza tanto de él como de su vestimenta. Su hermano José, un hombre noble como persona del campo, rudo en sus modales por el trabajo que desarrollaba, serio en su forma de ser, con un corpachón guanche, pecho ancho, brazos fuertes y mirada atravesada, era capaz de retorcerte el cuello como a un pollo, si tenías la mala suerte de que pasara por el lugar de la escena, cuando te burlabas de  Juanillo o le estabas insultando. Tenías que ahuecar el ala o lo llevabas crudo.

Anécdotas de Juanillo se cuentan muchas. Unas puede que sean verdad, otras es posible que sean fruto de la imaginación, pero unas y otras valen la pena recordarlas. Si tiene en su familia a alguien que conviviese y conociese a Juanillo, dígale que le cuente alguna, seguro que le encantará escucharla.

Cuentan que un día, merodeando por los alrededores de la plaza de San Juan, junto a la iglesia, el cura “chico”, D. Francisco Hidalgo, se dirigió a él y le preguntó: “¿Juanillo, donde está Dios”? y Juanillo, con su voz tartamudeante y como aquel que quiere quitarse una culpa de encima le contestó: “Y...y...que...que... ¿a...a...mí qué...qué...me pregunta? ...¡si...si... se le... peeerdió... búsquelo...coño!.  Y así, como esa, muchas más, que sería bueno que nuestros antepasados nos hicieran revivir.

Cuentan, también que en cierta ocasión se le oyó decir con mucha sorna y alegría: “Que....Que....eeeen...eeen...mi...familia...hay cuatro....queeee....se llaman Pepe” y empezó a enumerarlos : Pepe, mi padre, Pepa  (por su hermana Fefa), Pepita la que va al colegio (una sobrina) y...y...y....la señora Pepa (una tía)”.  Cuando los que estaban a su lado le replicaron :”Que no son cuatro Juanillo, que son cinco con tu hermano”, a lo que él contestó:”Aaaal...coño...tu...tu.. tuuu...madre, ¡ca..ca...carajo!, que...eeese... seeee llama  José”.

Monumento a Juan Vicente Sánchez Castro, Juanillo
donado a la ciudad de Arucas,
 por la Afilarmónica “Los Nietos de Kika”.
Era al día siguiente de Reyes y Domingo (omito el apellido por razones obvias) se cruzó con Juanillo, junto al ayuntamiento. ¿Qué te trajeron los Reyes, Juanillo?. Y siguió calle arriba hacia la “Gota Leche”, cuando al llegar arriba se dio cuenta que Juanillo le había seguido calle arriba, arrastrando con su tartamudez un  simpático: “¡eee...eel...eel....co...co...eeel...eeel....co...coño tu madre!”, se dio la vuelta y se volvió hacia la plaza. ¡Constante sí que era!.


En fin, muchas cosas me vienen a la memoria, pero que  citarlas harían este relato demasiado extenso, solo me queda por expresar el agradecimiento que debe de tener la ciudad de Arucas a la Afilarmónica “Los Nietos de Kika” y a su fundador y director durante muchos años, Tomás Pérez, (que desde el cielo nos estará contemplando), porque gracias a ellos, hoy se rinde homenaje  en la ciudad de Arucas, perpetuando su figura, con el monumento a Juan Vicente Sánchez Castro “Juanillo” que se  exhibe en la esquina que forma la acera delante del Ayuntamiento de la ciudad y el bar Dávila (hoy bar Eduardo) , lugar donde debe permanecer dicho monumento, por muchos años.
 
Fue en el año 1985, recién había cumplido sus 60 años, cuando, con la misma humildad que vino, se nos marchó. Sin ruidos, sin alharacas, sin causar molestia alguna a nadie, se nos iba para siempre dejando a la ciudad de Arucas huérfana de representatividad popular. Aquel día, hasta el cielo se quiso solidarizar con la efemérides, el sol lucía radiante, el cielo estaba completamente azul sin una nube que lo obstaculizara, aunque alguna que otra se paseaba por su semblante, para refrescar la  temperatura y hasta el reloj de la iglesia (roto y  parado por aquellas fechas) pareció congelar el paso del tiempo.

La asistencia a su sepelio se convirtió en una cita multitudinaria. Toda  Arucas en peso se congregó para darle su último adiós, hasta las campanas de la iglesia sonaban distinto ese día, parecía que no doblaban, como siempre, a difunto, era como si ese día en  sus lánguidos tañidos se imaginase uno, el inicio de los acordes de  un aleluya. Es que no era otra cosa sino que con Juanillo se perdía a todo un personaje popular, carismático, señero y símbolo identificativo de la ciudad. Ese año nos dejó para siempre, ¿la hora?, ¿el día?, ¿el mes?, da lo mismo, total ¿para qué?.

Para terminar, sólo me queda dedicar unos versos en recuerdo de Juanillo, pues así como Braulio cantó a Lolita Plumas, cantó a Tomasín y  también alguna murga de Las Palmas de Gran Canaria ha cantado a la memoria de  Charlot, algún grupo de Arucas debe perpetuar la memoria de Juanillo con alguna canción.
 
Mis humildes versos, parafraseando la canción de la malograda Cecilia, “Desde que tú te has ido”, son estos:
 
Desde que tú te fuiste
desde que te has marchado
Arucas está triste
pues en falta te ha echado.

Muy solos nos dejaste
guardando tu memoria
mientras tú te marchaste
derechito a la gloria.

En este Arucas nuestro
cuna de piedra y agua
hay un clamor de aliento, Juan
que tú nos prodigabas.

Desde que tú te fuiste
desde que te has marchado
en este Arucas triste
es que nos falta algo,

seguro no es el aire
ni tampoco es la luz
lo que echamos de menos, Juan
es que nos faltas tú.

No existe esa alegría,
que prodigabas tanto
humilde y en silencio, Juan
quiero cantar, mi llanto.

Humilde y en silencio, Juan
quiero cantar, mi llanto.


Armando Ramírez Sarmiento © 2002

domingo, 29 de abril de 2012

El Guajiro

Nos remontamos a la época de los años cincuenta del recién terminado siglo XX. Corría la década comprendida entre 1950 y 1960, concretamente creo que rondaría el año 1953 ó a todo reventar el año 1954, cuando en Arucas se produjo un hito jamás igualado posteriormente y que creó, casi de la nada, lo que nos daría por llamar un mito, una leyenda, un fenómeno aglutinador de masas, un coloso deportivo que congregó tras de sí a una ingente muchedumbre que le seguía a todas partes, que le veneraba y rendía pleitesía allá por donde quiera que pasaba.

No era un hombre, ¡no! No era un escritor, ¡tampoco! No era un matemático ni un físico ganador del Premio Nobel, ¡qué va! ¡No!, se trataba única y simplemente de un caballo, ¡pero qué caballo señores!. Describirlo es tarea arduo difícil, por lo que vamos a intentar hacerlo lo más aproximado posible y según nuestros vagos recuerdos nos permitan. 

Hoy en día nos asombramos cuando vemos a través-de la pequeña pantalla de la televisión, las grandes carreras hípicas que se celebran por todo lo ancho de la geografía española. Vemos carreras en el Hipódromo de la Zarzuela, vemos carreras en Málaga, en San Sebastián, en Barcelona y aquí, por ser más caseros, también vemos grandes carreras hípicas en el Hipódromo de Vecindario, en el circuito de La Laguna de Valleseco y en algunos circuitos más que se prodigan por doquier, fijos o circunstanciales.

¿Y qué vemos en esas carreras?, pues simple y llanamente que se disputan entre un número indeterminado de caballos, pero a unas distancias que, a nuestro humilde modo de entender, nos parecen ridículas. Carreras a ochocientos, a mil, a mil doscientos o, como mucho, a la distancia de rnil seiscientos metros, que, tanto unas como otras se solventan en cuestión de poco más de uno o, como máximo, dos minutos.

¿Caballos muy rápidos? Indudablemente que sí, pero nos preguntamos muchas veces qué sucedería si a esos caballos se les exige dilucidar una carrera a más larga distancia, no en llano y en circuito fijo como son los hipódromos, sino en carretera abierta, sobre asfalto, en declive ascendente
y a una distancia de cuatro o cinco kilómetros. Pues, sencillamente, se nos antoja que no llegarían a la meta porque reventarían en el camino por el esfuerzo extra que tendrían que soportar.
Y, como hemos dicho al principio, nos remontamos a los años de nuestro relato, allá por los años cincuenta-sesenta del pasado siglo. En nuestro municipio, Arucas, se vivía casi exclusivamente de la labranza y el cultivo de la platanera. Y tanto para uno como para otro menester, era necesario contar con medio de transporte, no sólo de los materiales a emplear en cualquier pequeña obra que se realizara, sino para otros quehaceres, como transportar la comida para los animales, los distintos piensas que se adquirían en el mercado, utensilios de labranza necesarios para la labor o para cualquier otro menester que se hiciera preciso.

También se utilizaba este medio de transporte para llevar los racimos de plátanos, productos del corte mensual, hasta el lugar del pesaje, hasta el almacén correspondiente o simplemente hasta la casa de los propietarios de la finca, de los mayordomos o de cualquiera otro a quien hubiese que llevar diversos productos de las fincas. Pero, en aquellos tiempos, no existían los medios tan sofisticados que se tienen hoy En aquellos tiempos no existían tractores, no existían teletransportes como los de hoy en día, que te llevan el racimo de plátanos desde la misma platanera hasta el propio almacén, En aquel tiempo había que hacerlo todo a hombros, o en todo caso, si el patrón se lo permitía, contar con un animal de carga que hiciese tal labor.

Para dichas labores se empleaban burros, mulos, caballos e incluso en algunos lugares, hasta camellos, dependiendo de la capacidad adquisitiva que tuviese el jefe, pero eso sí, en casi todas las fincas existía uno de estos animales, para suplir la mano del hombre, porque a nadie se le escapa que cualquiera de estos animales, de un solo viaje, hacía el transporte para el cual serían necesarias siete
u ocho personas y por eso la proliferación que hubo de estos semovientes por la época. No era pan de cada día, no señor, pues tener uno de estos animales sólo se lo podían permitir aquellos que tenían grandes propiedades y por tanto mucha necesidad de transporte y bastante poder adquisitivo.

Había en Arucas bastantes terratenientes, personas con muchas propiedades y que se podían permitir el lujo de tener a su disposición, no sólo un burro o una mula, sino en ocasiones uno o dos caballos. Estos caballos eran utilizados durante la semana para usos de carga en las labores de labranza y los fines de semana cambiaban la albarda o la angarilla por la silla de montar y se convertían en elementos de paseo, poderío y presunción. Personas que tenían caballos podríamos citar a varios de ellos, sin que la cita tenga connotación de ninguna clase, pues simplemente, son datos recogidos del rumor popular.

Don Manuel Medina Mateo fue uno de ellos. Tenía bastantes propiedades y, para atenderlas, tenía que desplazarse rápidamente. Tuvo varios caballos, pero su ojito derecho, aquel que más prestaciones le daba, con el que más contento estaba y con el que se le veía por todas partes, era El Viejo. Así llamaba don Manuel a su caballo preferido. Lo utilizaba durante la semana para las labores de labranza pero, llegando el fin de semana, cambiaba la albarda por la silla de montar, la venda por la patera, la jáquima por el bocado, la soga por el arnés de paseo y el látigo por la fusta y, al paso o al trote, don Manuel se desplazaba en su lustroso corcel, desde Arucas a Las Palmas de Gran Canaria.
El Guajiro (1954)

Hoy en día, quizá, esto no lo pudiera hacer, pues con el tránsito de vehículos que hay, posiblemente el caballo hubiese sufrido algún susto, se hubiese desbocado y hubiera producido algún accidente. En aquel tiempo, la circulación de vehículos era mínima yesos paseos a caballo se podían hacer. Como hemos dicho, don Manuel hacía sus constantes paseítos a lomos de El Viejo, como él le llamaba, pero, sin embargo, del que más contento y gratificado se sentía y al que más rendimiento le había sacado, pues no en vano, EI Viejo le había llevado a acudir puntualmente a alguna cita, de negocios o de cualquier otra índole, pero a las que daba suma importancia.

Había otros terratenientes en Arucas y también poseedores de caballos. Don Manuel Marrero (el del Carril), don Bernardino Santana (el del gofio) dicen que tenía dos caballos, don Pedro (el del molino) dicen que tenía uno o dos caballos. En fin, que sea como fuese, en Arucas, siempre se rindió
culto al caballo.

Incluso se habla y se comenta que, desde Arucas, se desplazaban caballos hasta la zona de Acusa, por Artenara, para allí participar en las trillas que se organizaban para separar, como se suele decir, la paja del trigo. A estas trillas acudieron en diversas ocasiones, los propietarios de caballos de Arucas. Los citados don Bernardino, don Manuel Marrero, don Manuel Medina, don Manuel Bello (abogado), don Fernando Caubín (no tenía caballo, pero iba en "la pandilla", como dirían los jóvenes de hoy), don Cristóbal Díaz (que en su día había hecho de herrero y conocía las técnicas de herraje de los caballos), don Juan Falcón, etc., etc., muchos de ellos con sus caballos y los restantes por hacer grupo en la pandilla. No queda muy claro que don Fernando Caubín formase parte del grupo de personas que luego se hicieron con la compra del Guajiro, pero como estaban siempre juntos, nuestro informante supone y da por hecho que sí formaba parte del clan.

Durante la celebración de una de las citadas trillas, fue donde hicieron amistad con los otros propietarios de caballos de los distintos municipios de la comarca norte. Allí conocieron a los propietarios de Meña, una yegua de Guía y que nuestro informante no sabe diferenciar si el nombre de Meña era el de la yegua o era el apellido de sus propietarios, una familia de Guía, compuesta de matrimonio y trece hijos.También conocieron a los hermanos Ponce, de la villa de Firgas y al conocerlos a ellos, repararon en el hermoso ejemplar de caballo que habían traído a la trilla. Se fijaron mucho en él. No le quitaban ojo de encima, porque a decir verdad, era un ejemplar de caballo digno de admiración.

Se trataba de un caballo negro azabache, de buena alzada (casi un metro noventa), buena presencia y se le suponía buen tranco, pues sólo al contemplar su estampa, se presumía, en carrera, con una zancada de casi siete u ocho metros. Don Cristóbal y don Juan Falcón se miraron uno a otro y, casi sin decirse una sola palabra, comprendieron que sus pensamientos iban paralelos. No se comentaron nada más, siguieron contemplando la trilla y al volver a Arucas, se citaron en el bar de la Reina Mora, que a la sazón era propiedad de don Cristóbal Díaz. A la hora prefijada, allí se encontraron, el citado don Cristóbal Díaz, don Manuel Marrero, se supone que también don Fernando Caubín y, así
mismo don Juan Falcón. Trataron sobre lo que habían visto. De la buena impresión que les había causado aquel ejemplar de caballo y se propusieron, y así lo acordaron, buscar la forma de adquirir aquel caballo y dedicarlo a la competición de altura, es decir educarlo y cuidarlo como caballo de carreras.

Una vez acordado, todo fue coser y cantar, pues varios de los presentes, en representación del resto, se desplazaron a Firgas,entablaron conversación con los hermanos Ponce y éstos, ajenos al futuro que le esperaba al caballo, no pusieron obstáculo alguno a la venta del mismo. Ya el caballo era de ellos, lo trajeron para Arucas y la caballeriza se montó en un solar existente en la calle San Juan, aproximadamente sobre el número nueve, que pertenecía a don Juan Falcón. En la parte de atrás, casi dando a la calle Calvo Sotelo, donde tenía las cabras, allí se adaptó la caballeriza para el cuidado del caballo que habían adquirido.

Se le puso por nombre Guajiro, nombre que no se sabe a ciencia cierta a qué se debía, aunque algunos piensan que fue debid'o a que por aquellas fechas había un ron, el Ron Guajiro, que se vendía en el mercado con dicho nombre y que patrocinaría al citado caballo y aportaría alguna cantidad para sufragar los gastos de su cuidado y promoción. Otros achacan el nombre, a las reminiscencias cubanas que tenía don Cristóbal Díaz, persona que había estado mucho tiempo en la isla caribeña y que, por eso, nominó al caballo con ese nombre.

Si bien a un caballo normal, se le puede dar de comer cualquier cosa (según los entendidos el caballo siempre está comiendo), su alimentación principal consta de gran cantidad de millo, aunque también le tira a la alfalfa. Se le da, también, un buen aporte de paja y de hierba Guinea, alimentos que le proporcionan buena cantidad de calorías, energía y fortaleza para el desempeño de su labor. Estos alimentos, a un caballo de carreras, tenían que cambiarlos y aunque no eran los alimentos tan sofisticados que se les dan hoy en día, cuando de cría caballar se habla, sí eran unos alimentos bastante caros y avanzados para la época. Alimentación rica en zanahorias, hidratos de carbono, azúcares, etc., etc., que hacían que el caballo adquiriese gran cantidad de elementos nutrientes, que favoreciesen su desarrollo competitivo.

En un principio, tanto don Cristóbal Díaz, como don Juan Falcón, habían pensado que quien corriese el caballo fuese don Manuel Medina, persona muy conocida en la zona y muy conocedora del trato y conducción del caballo. Llegaron, incluso, a proponérselo, proposición a la que don Manuel dio la negativa por respuesta, porque no estaba para esos trotes y, hablando  de caballos, nunca mejor dicho. Sin embargo, don Manuel Medina tenía mucha amistad con un tal Roque Piñeiro, a quien le gustaban mucho los caballos y que había corrido con varios de ellos, habiendo cogido buena fama como jockey. Era más bien pequeño, sobre un metro sesenta de estatura, de aspecto enjuto, vivo, despierto y gran conocedor de la técnica de cómo montar un caballo.

Don Manuel lo propuso a los propietarios de Guajiro y estos aceptaron, casi con los ojos cerrados, pues confiaban ciegamente en lo que decía don Manuel, a quien sabían buen conocedor del mundo de los caballos. Y así fue como Roque Piñeiro entró en la vida de Arucas, siendo el jinete, preparador y corredor del caballo Guajiro.

A partir de entonces, todos los días y con una puntualidad casi británica, sobre las cinco de la tarde se veía bajar por la calle de San Juan, la figura esbelta, negra, reluciente de aquel caballo, que una vez en la zona baja de la ciudad se dirigía hacia El Pino y ya en la ruta hacia Teror; Roque Piñeiro a lomos del mismo, se disponía a entrenarlo. Un día sí y otro también, todas las tardes se veía la figura de caballo y jinete, enfilar la carretera de Teror; unos días más lento que otros, pero todos encaminados a conseguir la mejor preparación y puesta a punto del caballo.

La preparación o entrenamiento se hacía unos días al trote, otros días con salida a galope tendido para aminorar a medio camino, refrescar y volver a galopar al final del trayecto. Otros días, la táctica era a la inversa, pues se salía a un trote bastante ligero para ir acelerando a medida que se acercaba la mitad o el final del trayecto preestablecido. Roque Piñeiro buscaba con ello comprobar la respuesta que podría darle el caballo en un momento determinado en que necesitase exigirle algo más, bien fuese al comienzo, a la mitad o al final de una carrera. 

Un día y otro día, fueron muchos los que transcurrieron, mientras el Guajiro cogía su puesta a punto y a decir verdad, tuvo Roque Piñeiro que acelerarla, pues cuando llevaba unos dos meses de entrenamiento, los propietarios ya habían apalabrado y tratado un enfrentamiento entre su Guajiro y otro caballo, que a decir verdad no recuerdo de dónde era, pero que me parece haber oído decir que era de Teror; otros dicen que de El Palmar y hay quien dice y asegura que era de la isla de La Palma. 

Se llamaba Palmera (otros lo llamaban Verdello) y a fuer de sincero, no puedo concretar si se trataba del mismo caballo, con doble denominación o si se trataba de dos caballos distintos y que corrieran contra el Guajiro, en diversas ocasiones. Cuando se lo dijeron a Roque Piñeiro, éste pareció no darle demasiada importancia, pues tras los entrenamientos efectuados, conocía perfectamente a su caballo, sabía cuanto podía exigirle y cuanto podía éste corresponderle, aunque siempre queda la incertidumbre de los posibles imponderables de última hora, que podían traducirse en un fallo del caballo, un fallo del jinete, un fallo de ambos o a un simple error al calcular las distancias.

Carretera Arucas-Teror en 1935 (Fedac)
No puso reparos Roque Piñeiro a esa pega y siguió entrenando con toda naturalidad los días siguientes con vistas a la gran prueba, la prueba de fuego, el bautizo hípico de su caballo Guajiro, una fecha que estaba fijada para unos diecisiete días después. Estaban casi a finales de mayo y se había prefijado para el segundo domingo de junio, metido ya en los actos de las fiestas de San Juan. La prueba se había apalabrado para celebrarse en la carretera de Arucas a Teror, partiendo desde Visvique, exactamente donde está el mojón del kilómetro número uno, hasta llegar a la zona de Los Castillos, concretamente en el mojón del kilómetro número cinco, es decir, una carrera de cuatro kilómetros (¡cuatro mil metros!), en asfalto (piso duro) y en declive ascendente, tres circunstancias que hacían la prueba mucho más difícil todavía.

Ya se acercaba la fecha de la competición, ya los comentarios por todos los rincones de Arucas versaban sobre lo mismo.Ya empezaban a cruzarse las correspondientes apuestas entre los aficionados, pero todos aguardaban impacientes al día señalado para ello, para poder comprobar in situ el poderío de aquel caballo, novato, pero con una estampa que invitaba al optimismo. Quienes lo veían entrenar a diario comentaban, y Roque Piñeiro asentía, que aquel caballo tenía mucha carrera por delante, pues a pesar del esfuerzo de la carretera y la dureza del entrenamiento, el Guajiro siempre llevaba la cola levantada y al decir de los expertos, el caballo, cuando ya no quiere más guerra, cuando está cansado, cuando ya no quiere seguir en carrera o luchando, ese caballo agacha la cola y no la levanta para nada.

En cambio al Guajiro, siempre se le veía alegre, fresco y con la cola levantada, señal de que quería más pelea, o dicho de otro modo, que quería más carrera. En vísperas de la competición y en horas que previamente se había acordado, el Palmero vino a entrenar en el recorrido que iba a ser objeto de la prueba y así lo hizo dos o tres días seguidos para reconocer y adaptarse al recorrido. El jinete que corría al Palmero se llamaba Diego Cruz, según vagos recuerdos de personas de aquella época consultadas. Pero no tenía nada que ver con la persona del mismo nombre que, por las fechas, era alcalde del municipio de Tejeda.

Roque Piñero siguió las evoluciones de Palmero desde un coche que le seguía, detrás de los preparadores, de los dueños y cuidadores del mismo. Algo vio Roque en las evoluciones y el comportamiento de aquel caballo, que los días siguientes se le vio entrenar con más tranquilidad y confianza, llegando incluso a predecir el sitio exacto por donde lo adelantaría el día de la carrera. Las evoluciones, en los entrenamientos de Guajiro, eran seguidas diariamente por don Cristóbal Díaz y otros propietarios del caballo, así como íntimos de ellos, que en varios coches seguían la trayectoria y el desarrollo del entrenamiento, haciéndose una idea del estado y predisposición del caballo.
Y fue de esta forma como se llegó al día señalado para la prueba. Se había elegido un domingo del mes de junio, primero porque se incluía tal competición dentro del programa de actos de las fiestas de San Juan y segundo, porque las tardes eran más largas que en meses anteriores y así ayudaría mucho más al acto, facilitando el desplazamiento de gente al trayecto de la carrera. Aquel domingo, desde por la mañana hubo gente que se desplazó en grupo hacia la zona de La Piconera, pues así al mismo tiempo que iban reservándose un sitio de privilegio para ver pasar los caballos, disfrutaban de un día de campo con la familia o simplemente en compañía de los amigos.

Se habían ido pertrechados de su correspondiente barbacoa, que no era como las muy sofisticadas de hoy en día, en aquel tiempo arrimaban varias piedras, hacían un semicírculo con ellas, prendían el fuego en su interior y con una malla metálica encima a modo de parrilla, se las arreglaban para cocinar las chuletas, los chorizos, las morcillas o las sardinas que hubiesen llevado.
Lo que interesaba era pasarlo bien y pasar el tiempo hasta la hora dela carrera, todo ello, debidamente regado con un buen ron de Arucas, un ron Guajiro, un ron-miel Indias o un coñac Fundador o Tres Cepas, que arrancasen la carraspera de las gargantas. La Piconera era una zona de Los Portales, situada al borde de la carretera, concretamente en una curva que da, a modo de balcón, sobre la carretera de Arucas a Teror; por lo cual desde tal sitio se podía seguir casi toda la evolución de la carrera, desde su salida en Visvique hasta su paso por dicha zona. Aunque hubo gente por toda la trayectoria de la carrera, donde más se congregó fue en la zona de La Piconera.

A partir del mediodía, la carretera de Arucas a Los Castillos, se convirtió en un auténtico peregrinar de gentes. Unos en solitario, otros con la novia, los familiares o los amigos, en grupos para ir entretenidos e incluso los hubo que se llevaron sus timples y sus guitarras para ir amenizando la travesía hasta el lugar de destino. Una auténtica muchedumbre, una riada. Verdaderamente, era una fiesta la que se avecinaba. Un delirio sin igual el de la gente que iba por esa carretera arriba y que colmataba los arcenes de la misma, pues desde Arucas hasta Los Castillos, fue un auténtico gentío el que tomó la carretera por asalto, aunque a unos les dio tiempo de llegar a los lugares altos para poder contemplar todo el desarrollo de la carrera y otros se tuvieron que contentar con quedarse a medio camino, pues la carrera les cogió cuando todavía no habían llegado a las alturas.

El tráfico de vehículos se suspendió desde las cuatro. La carrera estaba prevista para la torera hora de las cinco de la tarde y aunque en aquellas fechas el parque automovilístico era más bien escaso, se quería evitar contratiempos de última hora. Por eso se interrumpió la circulación de toda clase de vehículos con una hora de antelación. El tiempo se sumó a la efemérides y ni el sol se quiso perder tal acontecimiento, pues dicho día lucía en toda su esplendidez y hasta Julito (el del helado) se hizo su agosto en pleno mes de junio, pues ese día no había uno ni dos, había entre cinco y seis repartidores de helados, con sus correspondientes garrafas llenas hasta los topes, que iban por doquier de un lado a otro anunciando su refrescante carga a toque de cornetín. Aquel día, un corte de helado no valía las dos perras y media de siempre. Aquel día valía cinco perras (media peseta) y bien que lo merecían por el sofocante calor que reinaba. Hubo quien montó, incluso, una especie de ventorrillo, donde tomarse un "pizco ron" y una tapa de carajacas. Hubo también quien, con una gran cesta, se había pertrechado lo suficiente, para ir vendiendo "pirulines", suspiros y "criaturas" entre los asistentes.Todos, unos y otros, se hicieron su buen negocio aquella tarde, pues alguien que apareció con un garrafón de agua también entró en la danza, pues el sol pegaba lo suyo y casi desaparece en medio de la multitud.
Rondaban las cinco de la tarde y en la línea de salida ya todo estaba preparado. Se había cruzado la calle de banda a banda, con una línea blanca de cal, que significaba la línea de salida. Lo mismo se había hecho en el mojón del kilómetro cino, señalizando la línea de llegada. Los caballos sobre la línea de salida, algo inquietos, eso sí, pero sin exageración. Detrás, los árbitros y jueces de carrera, los coches de los propietarios de ambos caballos, los coches de amigos íntimos y resto de seguidores, no muchos coches, porque realmente en la época no los había, pero sí unos cuantos.
A las cinco en punto, el juez de salida que da el banderazo de comienzo y la multitud estalla en un descomunal rugido. La prueba había empezado, los gritos se suceden, siendo cada vez más estruendosos. Gritos de ánimo, naturalmente, pues la gente que estaba en los márgenes de la carretera jaleaba a los caballos y a sus jinetes, a medida que pasaban por donde ellos estaban.

A todas estas, el Palmero que salió poco menos que como un tiro, pues con su rápido galopar y un tranco de unos cinco o seis metros, fue poniendo tierra de por medio con respecto al Guajiro, que al llegar a la curva de Juanito el panadero y el "cafetín" de Miguelito Pérez, acumulaba una desventaja de unos cinco cuerpos con respecto al Palmero. La carrera siguió desarrollándose con toda normalidad, aunque eso sí, se veía mucho más ágil y desenvuelto al Palmero, que seguía, poco a poco, aumentando la distancia de ventaja. El Guajiro galopaba a unos treinta metros de distancia, se le veía algo encogido, con el hocico casi pegado al pecho, señal de que ese caballo no estaba dando todo lo que podía. En dos palabras, iba frenado. A la altura de Santa Flora, donde hoy está "La Chimenea", la distancia se aumentaba considerablemente de tal forma que, algo nervioso por el desarrollo que se estaba dando a la carrera, don Cristóbal Díaz, sacando la cabeza por un lateral del coche en que la iba siguiendo, le dijo a voz en grito a Roque Piñeiro:
- "Roque, suelta ese caballo, que se nos escapa, ¡que se escapa Roque!, suelta al caballo",
Roque no soltó la brida, siguió con las riendas en su mano izquierda y con la mano derecha, en la que sostenía la fusta, indicó a don Cristóbal, por señas y con gestos muy elocuentes, que estuviese tranquilo, que él sabía lo que hacía. Algo más arriba, a la altura del kilómetro tres, poco más arriba de la actual Urbanización Masapeses, ya la ventaja que llevaba Palmero era casi de unos setenta metros, que en una carrera de caballos son muchos metros para regalar a tu contrario, por muy bien que estés tú. y nuevamente don Cristóbal que, pidiendo permiso a los comisarios de carrera, se acerca casi a la altura del Guajiro y le espeta a Roque, casi como dándole una orden:
- "Suelta de una vez al caballo, que perdemos la carrera, ¿no ves que se va escapando?",
Ya esta vez, Roque sí se volvió al coche donde estaba don Cristóbal y le dijo:
- "Tranquilo Cristobita, tranquilo, no se preocupe, ya verá que por la casa amarilla lo adelanto".

La casa amarilla de marras (hoy es blanca), era una casa de dos pisos, propiedad de Bartolito Hernández, que por aquellas fechas era como una referencia en las miradas desde Arucas hacia la zona alta, pues destacaba entre todas las demás, precisamente por su color y por ser la única en la zona que en aquellos tiempos tenía dos pisos. Hoy casi es imperceptible, debido a la proliferación de casas y construcciones por los alrededores, Y fue como si verdaderamente lo tuviese estudiado al detalle, porque poco más adelante Roque empezó a soltar riendas al caballo, éste levantó un poco más la cabeza y aumentando la longitud de su zancada y la frecuencia del galope, fue recortando distancias poco a poco, de tal forma que al llegar a la curva que hay antes de llegar a la casa de Bartolito, los dos caballos iban casi parejos, a tan solo un cuerpo de distancia, distancia que quedó reducida a la nada, cuando al salir de la curva Roque aflojó bridas y dio riendas a Guajiro, quien de cuatro zancadas adelantó a su rival y ocupó lugar de primacía.

De allí en adelante, todo fue casi como coser y cantar, pues a pesar de la emoción que había entre el público por la incertidumbre del desenlace de la prueba, sin embargo Roque Piñeiro lo tenía todo bien estudiado y calculado. Desde la curva de la casa de Bartolito hasta la curva de la Piconera, el Palmera no le había perdido la estela, pues haciendo de tripas corazón le había seguido el rebufo al Guajiro y se había mantenido detrás del mismo, pegado a las ancas traseras.

Por la curva de la Piconera, pasaron los dos caballos completamente emparejados, ligeramente adelantado Guajiro. Fue a partir de este punto cuando ya la carrera tomó auténtico color aruquense, pues fue cuando Roque Piñeiro dio toda la brida de que disponía y Guajiro, a rienda suelta por allí arriba, levantó la cabeza, imprimió más ritmo a su galope, su tranco se hizo más largo y a la meta, exactamente donde está el mojón del kilómetro cinco, llegó con unos cuarenta metros de ventaja sobre Palmera.
El público estalló en una sonora salva de aplausos, gritos de satisfacción y reconocimiento a una labor de puesta a punto, llevada a cabo por caballo y jinete. Había ganado Guajiro. Su bautizo hípico se había hecho en loor de multitudes y, tras la carrera, se emprendió el camino de regreso hacia Arucas. Había un camión preparado para transportar al caballo hacia abajo, pero se quiso y así se hizo, volver caminando desde Los Castillos hasta la ciudad, recorrido que se hizo entre gritos de aliento, vivas y "riquirraques'', con todo el gentío que se había desplazado hasta allá arriba, cortejando al caballo y a su jinete, que recibía felicitaciones por todas partes. Cada uno contaba, según y como le cuadrase, su opinión de cómo había sido la carrera.

Carrera de Caballos 1905 (A.Sortija Fedac)
Posteriormente, Guajiro participaría en muchas más competiciones, todas ellas por parejas. Unas veces aquí en Arucas, con el mismo recorrido descrito. Otras veces, participando en unas carreras que se celebraban en a zona sur de la isla,exactamente en la carretera que lleva desde el Cruce de Arinaga hasta la villa de Agüimes, concretamente casi en su entrada, en el lugar que llaman "Las Tres Cruces", un lugar que, al igual que La Piconera de Arucas, permitía seguir casi todo el recorrido de las carreras. Allí acudió y pechó en varias ocasiones el Guajiro, resultando ganador en casi todos los emparejamientos en que compitió, seguido por una gran multitud de aficionados que se desplazaban desde Arucas hasta Agüimes (o Cruce de Arinaga), para seguir sus evoluciones.

El Alazán, el Vencedor, el Kruger, la yegua Meña y otros caballos más, son claros ejemplos y testigos de las victorias del Guajiro, no sólo en la zona de Arinaga-Agüimes, sino también en otras carreras que se celebraban en el municipio de Valsequillo, hasta la zona denominada La Barrera. En una de las ocasiones, al volver ganador de uno de sus enfrentarnientos en Agüimes, Guajiro fue recibido en medio de una multitud de aruquenses que le aplaudían y veneraban. Incluso doña Mariquita del Carmen, vecina y comerciante de la calle San Juan, le había confeccionado una corona de laureles, que le fue impuesta al Guajiro, en reconocimiento a su triunfadora trayectoria. Imposición que se hizo a los acordes de una marcha triunfal que, en aquellos momentos, entonaba la banda municipal de música.

Prolija fue la trayectoria del Guajiro, jalonada por un sinfín de triunfos, que le hicieron ganarse el aprecio, el cariño, el respeto y la consideración de todo un pueblo, el pueblo aruquense, que a partir de ese momento y hasta la prematura muerte del caballo, lo tuvo como paradigma del esfuerzo, la constancia y el pundonor en pos de la victoria.

El Guajiro murió muy poco tiempo después, unos dicen que fruto de un cólico, otros que fue fruto de un mal de gota, lo cierto es que su desaparición se nos antoja algo prematura, a pesar de los esfuerzos y desvelos del veterinario que le atendía en aquellos momentos, don Patricio Leblanc, veterinario que ejercía en la Granja del Cabildo Insular y que prestaba sus servicios, también, en Arucas. Con todo ello, podemos decir sin temor a equivocarnos que, con el Guajiro, se marcó una época en Arucas. Con él nació un ídolo. Con él nació un mito. Con él surgió "un negro", que se convirtió en "el blanco" de toda nuestra admiración y la de todos los aruquenses.

Armando Ramírez Sarmiento © 2006