domingo, 29 de abril de 2012

El Guajiro

Nos remontamos a la época de los años cincuenta del recién terminado siglo XX. Corría la década comprendida entre 1950 y 1960, concretamente creo que rondaría el año 1953 ó a todo reventar el año 1954, cuando en Arucas se produjo un hito jamás igualado posteriormente y que creó, casi de la nada, lo que nos daría por llamar un mito, una leyenda, un fenómeno aglutinador de masas, un coloso deportivo que congregó tras de sí a una ingente muchedumbre que le seguía a todas partes, que le veneraba y rendía pleitesía allá por donde quiera que pasaba.

No era un hombre, ¡no! No era un escritor, ¡tampoco! No era un matemático ni un físico ganador del Premio Nobel, ¡qué va! ¡No!, se trataba única y simplemente de un caballo, ¡pero qué caballo señores!. Describirlo es tarea arduo difícil, por lo que vamos a intentar hacerlo lo más aproximado posible y según nuestros vagos recuerdos nos permitan. 

Hoy en día nos asombramos cuando vemos a través-de la pequeña pantalla de la televisión, las grandes carreras hípicas que se celebran por todo lo ancho de la geografía española. Vemos carreras en el Hipódromo de la Zarzuela, vemos carreras en Málaga, en San Sebastián, en Barcelona y aquí, por ser más caseros, también vemos grandes carreras hípicas en el Hipódromo de Vecindario, en el circuito de La Laguna de Valleseco y en algunos circuitos más que se prodigan por doquier, fijos o circunstanciales.

¿Y qué vemos en esas carreras?, pues simple y llanamente que se disputan entre un número indeterminado de caballos, pero a unas distancias que, a nuestro humilde modo de entender, nos parecen ridículas. Carreras a ochocientos, a mil, a mil doscientos o, como mucho, a la distancia de rnil seiscientos metros, que, tanto unas como otras se solventan en cuestión de poco más de uno o, como máximo, dos minutos.

¿Caballos muy rápidos? Indudablemente que sí, pero nos preguntamos muchas veces qué sucedería si a esos caballos se les exige dilucidar una carrera a más larga distancia, no en llano y en circuito fijo como son los hipódromos, sino en carretera abierta, sobre asfalto, en declive ascendente
y a una distancia de cuatro o cinco kilómetros. Pues, sencillamente, se nos antoja que no llegarían a la meta porque reventarían en el camino por el esfuerzo extra que tendrían que soportar.
Y, como hemos dicho al principio, nos remontamos a los años de nuestro relato, allá por los años cincuenta-sesenta del pasado siglo. En nuestro municipio, Arucas, se vivía casi exclusivamente de la labranza y el cultivo de la platanera. Y tanto para uno como para otro menester, era necesario contar con medio de transporte, no sólo de los materiales a emplear en cualquier pequeña obra que se realizara, sino para otros quehaceres, como transportar la comida para los animales, los distintos piensas que se adquirían en el mercado, utensilios de labranza necesarios para la labor o para cualquier otro menester que se hiciera preciso.

También se utilizaba este medio de transporte para llevar los racimos de plátanos, productos del corte mensual, hasta el lugar del pesaje, hasta el almacén correspondiente o simplemente hasta la casa de los propietarios de la finca, de los mayordomos o de cualquiera otro a quien hubiese que llevar diversos productos de las fincas. Pero, en aquellos tiempos, no existían los medios tan sofisticados que se tienen hoy En aquellos tiempos no existían tractores, no existían teletransportes como los de hoy en día, que te llevan el racimo de plátanos desde la misma platanera hasta el propio almacén, En aquel tiempo había que hacerlo todo a hombros, o en todo caso, si el patrón se lo permitía, contar con un animal de carga que hiciese tal labor.

Para dichas labores se empleaban burros, mulos, caballos e incluso en algunos lugares, hasta camellos, dependiendo de la capacidad adquisitiva que tuviese el jefe, pero eso sí, en casi todas las fincas existía uno de estos animales, para suplir la mano del hombre, porque a nadie se le escapa que cualquiera de estos animales, de un solo viaje, hacía el transporte para el cual serían necesarias siete
u ocho personas y por eso la proliferación que hubo de estos semovientes por la época. No era pan de cada día, no señor, pues tener uno de estos animales sólo se lo podían permitir aquellos que tenían grandes propiedades y por tanto mucha necesidad de transporte y bastante poder adquisitivo.

Había en Arucas bastantes terratenientes, personas con muchas propiedades y que se podían permitir el lujo de tener a su disposición, no sólo un burro o una mula, sino en ocasiones uno o dos caballos. Estos caballos eran utilizados durante la semana para usos de carga en las labores de labranza y los fines de semana cambiaban la albarda o la angarilla por la silla de montar y se convertían en elementos de paseo, poderío y presunción. Personas que tenían caballos podríamos citar a varios de ellos, sin que la cita tenga connotación de ninguna clase, pues simplemente, son datos recogidos del rumor popular.

Don Manuel Medina Mateo fue uno de ellos. Tenía bastantes propiedades y, para atenderlas, tenía que desplazarse rápidamente. Tuvo varios caballos, pero su ojito derecho, aquel que más prestaciones le daba, con el que más contento estaba y con el que se le veía por todas partes, era El Viejo. Así llamaba don Manuel a su caballo preferido. Lo utilizaba durante la semana para las labores de labranza pero, llegando el fin de semana, cambiaba la albarda por la silla de montar, la venda por la patera, la jáquima por el bocado, la soga por el arnés de paseo y el látigo por la fusta y, al paso o al trote, don Manuel se desplazaba en su lustroso corcel, desde Arucas a Las Palmas de Gran Canaria.
El Guajiro (1954)

Hoy en día, quizá, esto no lo pudiera hacer, pues con el tránsito de vehículos que hay, posiblemente el caballo hubiese sufrido algún susto, se hubiese desbocado y hubiera producido algún accidente. En aquel tiempo, la circulación de vehículos era mínima yesos paseos a caballo se podían hacer. Como hemos dicho, don Manuel hacía sus constantes paseítos a lomos de El Viejo, como él le llamaba, pero, sin embargo, del que más contento y gratificado se sentía y al que más rendimiento le había sacado, pues no en vano, EI Viejo le había llevado a acudir puntualmente a alguna cita, de negocios o de cualquier otra índole, pero a las que daba suma importancia.

Había otros terratenientes en Arucas y también poseedores de caballos. Don Manuel Marrero (el del Carril), don Bernardino Santana (el del gofio) dicen que tenía dos caballos, don Pedro (el del molino) dicen que tenía uno o dos caballos. En fin, que sea como fuese, en Arucas, siempre se rindió
culto al caballo.

Incluso se habla y se comenta que, desde Arucas, se desplazaban caballos hasta la zona de Acusa, por Artenara, para allí participar en las trillas que se organizaban para separar, como se suele decir, la paja del trigo. A estas trillas acudieron en diversas ocasiones, los propietarios de caballos de Arucas. Los citados don Bernardino, don Manuel Marrero, don Manuel Medina, don Manuel Bello (abogado), don Fernando Caubín (no tenía caballo, pero iba en "la pandilla", como dirían los jóvenes de hoy), don Cristóbal Díaz (que en su día había hecho de herrero y conocía las técnicas de herraje de los caballos), don Juan Falcón, etc., etc., muchos de ellos con sus caballos y los restantes por hacer grupo en la pandilla. No queda muy claro que don Fernando Caubín formase parte del grupo de personas que luego se hicieron con la compra del Guajiro, pero como estaban siempre juntos, nuestro informante supone y da por hecho que sí formaba parte del clan.

Durante la celebración de una de las citadas trillas, fue donde hicieron amistad con los otros propietarios de caballos de los distintos municipios de la comarca norte. Allí conocieron a los propietarios de Meña, una yegua de Guía y que nuestro informante no sabe diferenciar si el nombre de Meña era el de la yegua o era el apellido de sus propietarios, una familia de Guía, compuesta de matrimonio y trece hijos.También conocieron a los hermanos Ponce, de la villa de Firgas y al conocerlos a ellos, repararon en el hermoso ejemplar de caballo que habían traído a la trilla. Se fijaron mucho en él. No le quitaban ojo de encima, porque a decir verdad, era un ejemplar de caballo digno de admiración.

Se trataba de un caballo negro azabache, de buena alzada (casi un metro noventa), buena presencia y se le suponía buen tranco, pues sólo al contemplar su estampa, se presumía, en carrera, con una zancada de casi siete u ocho metros. Don Cristóbal y don Juan Falcón se miraron uno a otro y, casi sin decirse una sola palabra, comprendieron que sus pensamientos iban paralelos. No se comentaron nada más, siguieron contemplando la trilla y al volver a Arucas, se citaron en el bar de la Reina Mora, que a la sazón era propiedad de don Cristóbal Díaz. A la hora prefijada, allí se encontraron, el citado don Cristóbal Díaz, don Manuel Marrero, se supone que también don Fernando Caubín y, así
mismo don Juan Falcón. Trataron sobre lo que habían visto. De la buena impresión que les había causado aquel ejemplar de caballo y se propusieron, y así lo acordaron, buscar la forma de adquirir aquel caballo y dedicarlo a la competición de altura, es decir educarlo y cuidarlo como caballo de carreras.

Una vez acordado, todo fue coser y cantar, pues varios de los presentes, en representación del resto, se desplazaron a Firgas,entablaron conversación con los hermanos Ponce y éstos, ajenos al futuro que le esperaba al caballo, no pusieron obstáculo alguno a la venta del mismo. Ya el caballo era de ellos, lo trajeron para Arucas y la caballeriza se montó en un solar existente en la calle San Juan, aproximadamente sobre el número nueve, que pertenecía a don Juan Falcón. En la parte de atrás, casi dando a la calle Calvo Sotelo, donde tenía las cabras, allí se adaptó la caballeriza para el cuidado del caballo que habían adquirido.

Se le puso por nombre Guajiro, nombre que no se sabe a ciencia cierta a qué se debía, aunque algunos piensan que fue debid'o a que por aquellas fechas había un ron, el Ron Guajiro, que se vendía en el mercado con dicho nombre y que patrocinaría al citado caballo y aportaría alguna cantidad para sufragar los gastos de su cuidado y promoción. Otros achacan el nombre, a las reminiscencias cubanas que tenía don Cristóbal Díaz, persona que había estado mucho tiempo en la isla caribeña y que, por eso, nominó al caballo con ese nombre.

Si bien a un caballo normal, se le puede dar de comer cualquier cosa (según los entendidos el caballo siempre está comiendo), su alimentación principal consta de gran cantidad de millo, aunque también le tira a la alfalfa. Se le da, también, un buen aporte de paja y de hierba Guinea, alimentos que le proporcionan buena cantidad de calorías, energía y fortaleza para el desempeño de su labor. Estos alimentos, a un caballo de carreras, tenían que cambiarlos y aunque no eran los alimentos tan sofisticados que se les dan hoy en día, cuando de cría caballar se habla, sí eran unos alimentos bastante caros y avanzados para la época. Alimentación rica en zanahorias, hidratos de carbono, azúcares, etc., etc., que hacían que el caballo adquiriese gran cantidad de elementos nutrientes, que favoreciesen su desarrollo competitivo.

En un principio, tanto don Cristóbal Díaz, como don Juan Falcón, habían pensado que quien corriese el caballo fuese don Manuel Medina, persona muy conocida en la zona y muy conocedora del trato y conducción del caballo. Llegaron, incluso, a proponérselo, proposición a la que don Manuel dio la negativa por respuesta, porque no estaba para esos trotes y, hablando  de caballos, nunca mejor dicho. Sin embargo, don Manuel Medina tenía mucha amistad con un tal Roque Piñeiro, a quien le gustaban mucho los caballos y que había corrido con varios de ellos, habiendo cogido buena fama como jockey. Era más bien pequeño, sobre un metro sesenta de estatura, de aspecto enjuto, vivo, despierto y gran conocedor de la técnica de cómo montar un caballo.

Don Manuel lo propuso a los propietarios de Guajiro y estos aceptaron, casi con los ojos cerrados, pues confiaban ciegamente en lo que decía don Manuel, a quien sabían buen conocedor del mundo de los caballos. Y así fue como Roque Piñeiro entró en la vida de Arucas, siendo el jinete, preparador y corredor del caballo Guajiro.

A partir de entonces, todos los días y con una puntualidad casi británica, sobre las cinco de la tarde se veía bajar por la calle de San Juan, la figura esbelta, negra, reluciente de aquel caballo, que una vez en la zona baja de la ciudad se dirigía hacia El Pino y ya en la ruta hacia Teror; Roque Piñeiro a lomos del mismo, se disponía a entrenarlo. Un día sí y otro también, todas las tardes se veía la figura de caballo y jinete, enfilar la carretera de Teror; unos días más lento que otros, pero todos encaminados a conseguir la mejor preparación y puesta a punto del caballo.

La preparación o entrenamiento se hacía unos días al trote, otros días con salida a galope tendido para aminorar a medio camino, refrescar y volver a galopar al final del trayecto. Otros días, la táctica era a la inversa, pues se salía a un trote bastante ligero para ir acelerando a medida que se acercaba la mitad o el final del trayecto preestablecido. Roque Piñeiro buscaba con ello comprobar la respuesta que podría darle el caballo en un momento determinado en que necesitase exigirle algo más, bien fuese al comienzo, a la mitad o al final de una carrera. 

Un día y otro día, fueron muchos los que transcurrieron, mientras el Guajiro cogía su puesta a punto y a decir verdad, tuvo Roque Piñeiro que acelerarla, pues cuando llevaba unos dos meses de entrenamiento, los propietarios ya habían apalabrado y tratado un enfrentamiento entre su Guajiro y otro caballo, que a decir verdad no recuerdo de dónde era, pero que me parece haber oído decir que era de Teror; otros dicen que de El Palmar y hay quien dice y asegura que era de la isla de La Palma. 

Se llamaba Palmera (otros lo llamaban Verdello) y a fuer de sincero, no puedo concretar si se trataba del mismo caballo, con doble denominación o si se trataba de dos caballos distintos y que corrieran contra el Guajiro, en diversas ocasiones. Cuando se lo dijeron a Roque Piñeiro, éste pareció no darle demasiada importancia, pues tras los entrenamientos efectuados, conocía perfectamente a su caballo, sabía cuanto podía exigirle y cuanto podía éste corresponderle, aunque siempre queda la incertidumbre de los posibles imponderables de última hora, que podían traducirse en un fallo del caballo, un fallo del jinete, un fallo de ambos o a un simple error al calcular las distancias.

Carretera Arucas-Teror en 1935 (Fedac)
No puso reparos Roque Piñeiro a esa pega y siguió entrenando con toda naturalidad los días siguientes con vistas a la gran prueba, la prueba de fuego, el bautizo hípico de su caballo Guajiro, una fecha que estaba fijada para unos diecisiete días después. Estaban casi a finales de mayo y se había prefijado para el segundo domingo de junio, metido ya en los actos de las fiestas de San Juan. La prueba se había apalabrado para celebrarse en la carretera de Arucas a Teror, partiendo desde Visvique, exactamente donde está el mojón del kilómetro número uno, hasta llegar a la zona de Los Castillos, concretamente en el mojón del kilómetro número cinco, es decir, una carrera de cuatro kilómetros (¡cuatro mil metros!), en asfalto (piso duro) y en declive ascendente, tres circunstancias que hacían la prueba mucho más difícil todavía.

Ya se acercaba la fecha de la competición, ya los comentarios por todos los rincones de Arucas versaban sobre lo mismo.Ya empezaban a cruzarse las correspondientes apuestas entre los aficionados, pero todos aguardaban impacientes al día señalado para ello, para poder comprobar in situ el poderío de aquel caballo, novato, pero con una estampa que invitaba al optimismo. Quienes lo veían entrenar a diario comentaban, y Roque Piñeiro asentía, que aquel caballo tenía mucha carrera por delante, pues a pesar del esfuerzo de la carretera y la dureza del entrenamiento, el Guajiro siempre llevaba la cola levantada y al decir de los expertos, el caballo, cuando ya no quiere más guerra, cuando está cansado, cuando ya no quiere seguir en carrera o luchando, ese caballo agacha la cola y no la levanta para nada.

En cambio al Guajiro, siempre se le veía alegre, fresco y con la cola levantada, señal de que quería más pelea, o dicho de otro modo, que quería más carrera. En vísperas de la competición y en horas que previamente se había acordado, el Palmero vino a entrenar en el recorrido que iba a ser objeto de la prueba y así lo hizo dos o tres días seguidos para reconocer y adaptarse al recorrido. El jinete que corría al Palmero se llamaba Diego Cruz, según vagos recuerdos de personas de aquella época consultadas. Pero no tenía nada que ver con la persona del mismo nombre que, por las fechas, era alcalde del municipio de Tejeda.

Roque Piñero siguió las evoluciones de Palmero desde un coche que le seguía, detrás de los preparadores, de los dueños y cuidadores del mismo. Algo vio Roque en las evoluciones y el comportamiento de aquel caballo, que los días siguientes se le vio entrenar con más tranquilidad y confianza, llegando incluso a predecir el sitio exacto por donde lo adelantaría el día de la carrera. Las evoluciones, en los entrenamientos de Guajiro, eran seguidas diariamente por don Cristóbal Díaz y otros propietarios del caballo, así como íntimos de ellos, que en varios coches seguían la trayectoria y el desarrollo del entrenamiento, haciéndose una idea del estado y predisposición del caballo.
Y fue de esta forma como se llegó al día señalado para la prueba. Se había elegido un domingo del mes de junio, primero porque se incluía tal competición dentro del programa de actos de las fiestas de San Juan y segundo, porque las tardes eran más largas que en meses anteriores y así ayudaría mucho más al acto, facilitando el desplazamiento de gente al trayecto de la carrera. Aquel domingo, desde por la mañana hubo gente que se desplazó en grupo hacia la zona de La Piconera, pues así al mismo tiempo que iban reservándose un sitio de privilegio para ver pasar los caballos, disfrutaban de un día de campo con la familia o simplemente en compañía de los amigos.

Se habían ido pertrechados de su correspondiente barbacoa, que no era como las muy sofisticadas de hoy en día, en aquel tiempo arrimaban varias piedras, hacían un semicírculo con ellas, prendían el fuego en su interior y con una malla metálica encima a modo de parrilla, se las arreglaban para cocinar las chuletas, los chorizos, las morcillas o las sardinas que hubiesen llevado.
Lo que interesaba era pasarlo bien y pasar el tiempo hasta la hora dela carrera, todo ello, debidamente regado con un buen ron de Arucas, un ron Guajiro, un ron-miel Indias o un coñac Fundador o Tres Cepas, que arrancasen la carraspera de las gargantas. La Piconera era una zona de Los Portales, situada al borde de la carretera, concretamente en una curva que da, a modo de balcón, sobre la carretera de Arucas a Teror; por lo cual desde tal sitio se podía seguir casi toda la evolución de la carrera, desde su salida en Visvique hasta su paso por dicha zona. Aunque hubo gente por toda la trayectoria de la carrera, donde más se congregó fue en la zona de La Piconera.

A partir del mediodía, la carretera de Arucas a Los Castillos, se convirtió en un auténtico peregrinar de gentes. Unos en solitario, otros con la novia, los familiares o los amigos, en grupos para ir entretenidos e incluso los hubo que se llevaron sus timples y sus guitarras para ir amenizando la travesía hasta el lugar de destino. Una auténtica muchedumbre, una riada. Verdaderamente, era una fiesta la que se avecinaba. Un delirio sin igual el de la gente que iba por esa carretera arriba y que colmataba los arcenes de la misma, pues desde Arucas hasta Los Castillos, fue un auténtico gentío el que tomó la carretera por asalto, aunque a unos les dio tiempo de llegar a los lugares altos para poder contemplar todo el desarrollo de la carrera y otros se tuvieron que contentar con quedarse a medio camino, pues la carrera les cogió cuando todavía no habían llegado a las alturas.

El tráfico de vehículos se suspendió desde las cuatro. La carrera estaba prevista para la torera hora de las cinco de la tarde y aunque en aquellas fechas el parque automovilístico era más bien escaso, se quería evitar contratiempos de última hora. Por eso se interrumpió la circulación de toda clase de vehículos con una hora de antelación. El tiempo se sumó a la efemérides y ni el sol se quiso perder tal acontecimiento, pues dicho día lucía en toda su esplendidez y hasta Julito (el del helado) se hizo su agosto en pleno mes de junio, pues ese día no había uno ni dos, había entre cinco y seis repartidores de helados, con sus correspondientes garrafas llenas hasta los topes, que iban por doquier de un lado a otro anunciando su refrescante carga a toque de cornetín. Aquel día, un corte de helado no valía las dos perras y media de siempre. Aquel día valía cinco perras (media peseta) y bien que lo merecían por el sofocante calor que reinaba. Hubo quien montó, incluso, una especie de ventorrillo, donde tomarse un "pizco ron" y una tapa de carajacas. Hubo también quien, con una gran cesta, se había pertrechado lo suficiente, para ir vendiendo "pirulines", suspiros y "criaturas" entre los asistentes.Todos, unos y otros, se hicieron su buen negocio aquella tarde, pues alguien que apareció con un garrafón de agua también entró en la danza, pues el sol pegaba lo suyo y casi desaparece en medio de la multitud.
Rondaban las cinco de la tarde y en la línea de salida ya todo estaba preparado. Se había cruzado la calle de banda a banda, con una línea blanca de cal, que significaba la línea de salida. Lo mismo se había hecho en el mojón del kilómetro cino, señalizando la línea de llegada. Los caballos sobre la línea de salida, algo inquietos, eso sí, pero sin exageración. Detrás, los árbitros y jueces de carrera, los coches de los propietarios de ambos caballos, los coches de amigos íntimos y resto de seguidores, no muchos coches, porque realmente en la época no los había, pero sí unos cuantos.
A las cinco en punto, el juez de salida que da el banderazo de comienzo y la multitud estalla en un descomunal rugido. La prueba había empezado, los gritos se suceden, siendo cada vez más estruendosos. Gritos de ánimo, naturalmente, pues la gente que estaba en los márgenes de la carretera jaleaba a los caballos y a sus jinetes, a medida que pasaban por donde ellos estaban.

A todas estas, el Palmero que salió poco menos que como un tiro, pues con su rápido galopar y un tranco de unos cinco o seis metros, fue poniendo tierra de por medio con respecto al Guajiro, que al llegar a la curva de Juanito el panadero y el "cafetín" de Miguelito Pérez, acumulaba una desventaja de unos cinco cuerpos con respecto al Palmero. La carrera siguió desarrollándose con toda normalidad, aunque eso sí, se veía mucho más ágil y desenvuelto al Palmero, que seguía, poco a poco, aumentando la distancia de ventaja. El Guajiro galopaba a unos treinta metros de distancia, se le veía algo encogido, con el hocico casi pegado al pecho, señal de que ese caballo no estaba dando todo lo que podía. En dos palabras, iba frenado. A la altura de Santa Flora, donde hoy está "La Chimenea", la distancia se aumentaba considerablemente de tal forma que, algo nervioso por el desarrollo que se estaba dando a la carrera, don Cristóbal Díaz, sacando la cabeza por un lateral del coche en que la iba siguiendo, le dijo a voz en grito a Roque Piñeiro:
- "Roque, suelta ese caballo, que se nos escapa, ¡que se escapa Roque!, suelta al caballo",
Roque no soltó la brida, siguió con las riendas en su mano izquierda y con la mano derecha, en la que sostenía la fusta, indicó a don Cristóbal, por señas y con gestos muy elocuentes, que estuviese tranquilo, que él sabía lo que hacía. Algo más arriba, a la altura del kilómetro tres, poco más arriba de la actual Urbanización Masapeses, ya la ventaja que llevaba Palmero era casi de unos setenta metros, que en una carrera de caballos son muchos metros para regalar a tu contrario, por muy bien que estés tú. y nuevamente don Cristóbal que, pidiendo permiso a los comisarios de carrera, se acerca casi a la altura del Guajiro y le espeta a Roque, casi como dándole una orden:
- "Suelta de una vez al caballo, que perdemos la carrera, ¿no ves que se va escapando?",
Ya esta vez, Roque sí se volvió al coche donde estaba don Cristóbal y le dijo:
- "Tranquilo Cristobita, tranquilo, no se preocupe, ya verá que por la casa amarilla lo adelanto".

La casa amarilla de marras (hoy es blanca), era una casa de dos pisos, propiedad de Bartolito Hernández, que por aquellas fechas era como una referencia en las miradas desde Arucas hacia la zona alta, pues destacaba entre todas las demás, precisamente por su color y por ser la única en la zona que en aquellos tiempos tenía dos pisos. Hoy casi es imperceptible, debido a la proliferación de casas y construcciones por los alrededores, Y fue como si verdaderamente lo tuviese estudiado al detalle, porque poco más adelante Roque empezó a soltar riendas al caballo, éste levantó un poco más la cabeza y aumentando la longitud de su zancada y la frecuencia del galope, fue recortando distancias poco a poco, de tal forma que al llegar a la curva que hay antes de llegar a la casa de Bartolito, los dos caballos iban casi parejos, a tan solo un cuerpo de distancia, distancia que quedó reducida a la nada, cuando al salir de la curva Roque aflojó bridas y dio riendas a Guajiro, quien de cuatro zancadas adelantó a su rival y ocupó lugar de primacía.

De allí en adelante, todo fue casi como coser y cantar, pues a pesar de la emoción que había entre el público por la incertidumbre del desenlace de la prueba, sin embargo Roque Piñeiro lo tenía todo bien estudiado y calculado. Desde la curva de la casa de Bartolito hasta la curva de la Piconera, el Palmera no le había perdido la estela, pues haciendo de tripas corazón le había seguido el rebufo al Guajiro y se había mantenido detrás del mismo, pegado a las ancas traseras.

Por la curva de la Piconera, pasaron los dos caballos completamente emparejados, ligeramente adelantado Guajiro. Fue a partir de este punto cuando ya la carrera tomó auténtico color aruquense, pues fue cuando Roque Piñeiro dio toda la brida de que disponía y Guajiro, a rienda suelta por allí arriba, levantó la cabeza, imprimió más ritmo a su galope, su tranco se hizo más largo y a la meta, exactamente donde está el mojón del kilómetro cinco, llegó con unos cuarenta metros de ventaja sobre Palmera.
El público estalló en una sonora salva de aplausos, gritos de satisfacción y reconocimiento a una labor de puesta a punto, llevada a cabo por caballo y jinete. Había ganado Guajiro. Su bautizo hípico se había hecho en loor de multitudes y, tras la carrera, se emprendió el camino de regreso hacia Arucas. Había un camión preparado para transportar al caballo hacia abajo, pero se quiso y así se hizo, volver caminando desde Los Castillos hasta la ciudad, recorrido que se hizo entre gritos de aliento, vivas y "riquirraques'', con todo el gentío que se había desplazado hasta allá arriba, cortejando al caballo y a su jinete, que recibía felicitaciones por todas partes. Cada uno contaba, según y como le cuadrase, su opinión de cómo había sido la carrera.

Carrera de Caballos 1905 (A.Sortija Fedac)
Posteriormente, Guajiro participaría en muchas más competiciones, todas ellas por parejas. Unas veces aquí en Arucas, con el mismo recorrido descrito. Otras veces, participando en unas carreras que se celebraban en a zona sur de la isla,exactamente en la carretera que lleva desde el Cruce de Arinaga hasta la villa de Agüimes, concretamente casi en su entrada, en el lugar que llaman "Las Tres Cruces", un lugar que, al igual que La Piconera de Arucas, permitía seguir casi todo el recorrido de las carreras. Allí acudió y pechó en varias ocasiones el Guajiro, resultando ganador en casi todos los emparejamientos en que compitió, seguido por una gran multitud de aficionados que se desplazaban desde Arucas hasta Agüimes (o Cruce de Arinaga), para seguir sus evoluciones.

El Alazán, el Vencedor, el Kruger, la yegua Meña y otros caballos más, son claros ejemplos y testigos de las victorias del Guajiro, no sólo en la zona de Arinaga-Agüimes, sino también en otras carreras que se celebraban en el municipio de Valsequillo, hasta la zona denominada La Barrera. En una de las ocasiones, al volver ganador de uno de sus enfrentarnientos en Agüimes, Guajiro fue recibido en medio de una multitud de aruquenses que le aplaudían y veneraban. Incluso doña Mariquita del Carmen, vecina y comerciante de la calle San Juan, le había confeccionado una corona de laureles, que le fue impuesta al Guajiro, en reconocimiento a su triunfadora trayectoria. Imposición que se hizo a los acordes de una marcha triunfal que, en aquellos momentos, entonaba la banda municipal de música.

Prolija fue la trayectoria del Guajiro, jalonada por un sinfín de triunfos, que le hicieron ganarse el aprecio, el cariño, el respeto y la consideración de todo un pueblo, el pueblo aruquense, que a partir de ese momento y hasta la prematura muerte del caballo, lo tuvo como paradigma del esfuerzo, la constancia y el pundonor en pos de la victoria.

El Guajiro murió muy poco tiempo después, unos dicen que fruto de un cólico, otros que fue fruto de un mal de gota, lo cierto es que su desaparición se nos antoja algo prematura, a pesar de los esfuerzos y desvelos del veterinario que le atendía en aquellos momentos, don Patricio Leblanc, veterinario que ejercía en la Granja del Cabildo Insular y que prestaba sus servicios, también, en Arucas. Con todo ello, podemos decir sin temor a equivocarnos que, con el Guajiro, se marcó una época en Arucas. Con él nació un ídolo. Con él nació un mito. Con él surgió "un negro", que se convirtió en "el blanco" de toda nuestra admiración y la de todos los aruquenses.

Armando Ramírez Sarmiento © 2006

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