domingo, 29 de abril de 2012

La cueva del Santo


Una de las tantas noches del verano de 1960, los amigos de siempre nos reuníamos como era habitual en la ventana de la esquina de la Gota Leche. Era nuestro acostumbrado punto de reunión, allí empezábamos nuestro día de vacaciones y allí lo terminábamos, cuando caía la noche, siempre hasta el límite de la tolerada hora de las diez, cuando se acababa nuestro permiso paternal y teníamos que volver a casa. Si yo me retrasaba, sonaba el silbido de retreta de mi padre.

Aquí revivíamos nuestras correrías del día por la Montaña de Riquiánez, donde habíamos establecido nuestro cuartel de vacaciones en una abandonada casa de aperos de labranza en la falda poniente de dicha montaña, tan desvencijada que la tuvimos que techar con algunas ramas de eucaliptus, de aquellas que estaban ya cortadas para venderlas como jorcones. Cerca del lugar teníamos la llamada Fuente Francesa o del Francés, en la que saciábamos nuestra sed ayudados de una camisa de la piña o flor masculina de la platanera, o con un pedazo de rolo.

Era habitual que en estas tertulias onceañeras siempre surgieran cuentos y leyendas, con guiones de suspense y misterio que durante su narración producían la mayor expectación y silencio de los allí reunidos. Aquella noche la leyenda iba sobre la Cueva del Santo, o más bien sobre el Santo de la Cueva, personaje que se nos antojaba como misterioso y fantasmal, que dada la incredulidad de lo contado, la avanzada hora próxima a nuestra retirada, acordamos quedar para al día siguiente e indagar la misteriosa cueva en la Montaña de Arucas.

Aquella noche, el recuerdo de esta extraña historia, más próxima a la leyenda que llegó de boca en boca, entre sueño y sueño, alguno de nosotros pudo tener cierta incontinencia urinaria al percibir algún que otro extraño ruido nocturno.

Llegado el día siguiente, allá sobre las tres de la tarde, después del almuerzo para tener más tiempo, todos expectantes coincidíamos en nuestro habitual punto de reunión. Disponíamos de algunas linternas, de aquellas que llevaban la pila cuadrada, y por si acaso un trozo de soga de pita. Desechamos el uso de las velas del elefante porque habíamos oído decir de su peligro dentro de las cuevas.

Sin más cuando ya estábamos todos, emprendimos el camino desde la calle La Cruz hacia La Cerera, territorio que todos conocíamos como el de los meapocos, silopos, cachopos, y un largo etcétera de apodos con los que eran conocidas muchas familias desde muchas generaciones. Un curioso vocabulario que venía a ensalzar posiblemente los problemas de vejiga de algún antepasado en el primero, y vaya usted a saber de dónde venían tanto los siguientes como los otros muchos que se oían por aquel entonces. Hoy en día valoraríamos mucho más el recuerdo de los antiguos artesanos de la cera o del turrón que por allí vivían.

Atajábamos el camino hacia la Montaña pasando entre los cercados y bancales de las plataneras, próximo a donde hace algunos años han aparecido restos de nuestro pasado aborigen, según los entendidos un hábitat de cuevas y estructuras edificadas, conocido como Yacimiento de La Cerera. Si en aquellas fechas fuera ya conocido, sin duda hubiera aportado más misterio y fundamento a la odisea que habíamos emprendido. Tras cruzar el primer tramo de la carretera de subida a la Montaña, tomamos el sendero que pasaba entre tuneras y lagartos, que lleva hasta el Camino de La Cruz, y así de forma más rápida, acceder al tramo superior de la carretera. El que se seguía cuando íbamos de Jira a la Montaña.
Escultura de Jose Luis Marrero
Cuando por allí pasábamos, alguien contó lo que había oído, que en ese lugar de La Cruz fue enterrado un guerrero guanche llamado Doramas, después de un valiente enfrentamiento con las tropas castellanas de un tal Pedro de Vera. Entonces para nosotros, eran personajes totalmente desconocidos, pues sólo supimos en el colegio de la reconquista por Pelayo y los Reyes Católicos, o de las obras de José María Pemán, pero de la conquista de Canarias, nada de nada.

No estaba desencaminado quien lo había oído decir. Ahora conocemos lo que cuentan las crónicas de Agustín Millares quien narra que estando herido de muerte Doramas «… Sabido del caso por Vera y sus oficiales, se dispuso inmediatamente hacer alto y bautizarle, para cuya ceremonia, que él no podía comprender, llevaron agua de una fuente cercana en el casco de un soldado. Quiso entonces ser su padrino el mismo General y darle su propio nombre, todo lo cual, verificado sin el menor obstáculo y recibida el agua santa, el héroe expiró. Abriéronle un sepulcro en aquella montaña de Arucas, testigo de sus triunfos y de su derrota, y, entre canarios y españoles, levantaron un cerco que rodease su fosa, señalándola a las futuras generaciones con una humilde cruz...».

En cuanto al lugar donde se libró la conocida como Batalla de Arucas, hay diferentes versiones. Unos la sitúan en el Lomo de Arucas y otros junto al Camino Real de Gáldar, si bien también aquí surge la división de opiniones. Unos cerca del Portichuelo y otros en la inmediaciones de Trasmontaña.  

Llegados a esta altura de la montaña, estábamos próximos a la cueva. Tomamos rumbo, orientándonos hacia al naciente, desde donde veíamos la Hoya de San Juan y al fondo La Isleta. La gran mayoría sabíamos de la existencia de la Cueva del Santo, pero no conocíamos a qué obedecía su nombre.

Su entrada, como si del pórtico ojival de un templo se tratara, era relativamente amplia para el paso de dos o tres personas. A ambos lados de la misma, dos grandes piedras, dos grandes teniques como decíamos entonces, que se nos antojaban como permanentes vigilantes para controlar la entrada a los extraños, como si los guardianes se hubieran petrificado. Se trataba de una cueva volcánica, donde tanto sus paredes y su suelo están formados por un manto lávico y picón volcánico. Como dicen los técnicos, un sustrato de Conos de Tefra - piroclastos tefríticos fonolíticos, pero para nosotros aquellos niños de antes, una simple cueva o tubo volcánico formada por la salida o emanación de lavas o gases en el momento de la erupción, tal como lo habíamos visto en la película Los últimos días de Pompeya  en el Teatro Cine Viejo, en ese pase de doble sesión que le llamaban Fémina, más barato y que nos permitía comprar algún pirulín a Cesita o un helado en el carro de Julito.

Dice Telesforo Bravo que la Montaña de Arucas "...es un cono volcánico bastante reciente que modificó con sus materiales la topografía existente, afectando a la red de desagüe ..." y que obligó a desviar el cauce de la cuenca del barranco de Arucas hacia el este para dirigirse al mar, bordeando la nueva montaña creada con la erupción. Con esta explicación técnica del desaparecido geógrafo entenderíamos ahora mejor el porqué a los distintos tubos o cuevas volcánicas de nuestra Montaña se les supone un largo recorrido.

Volviendo a nuestro relato, aunque íbamos con la valentía que mueve a un grupo, que da fuerza y voluntad para indagar lo desconocido en su interior, tras el sobresalto de algún guirre o alimoche que salió volando, a quien seguramente fuimos a perturbar su pacífica estancia, al final individualmente, a cada uno de nosotros nos pudo el miedo y sólo avanzamos unos cuantos metros hasta que fue estrechándose la misma. En estos primeros metros no encontramos indicios de que aquello hubiera estado habitado, tan sólo algunas piedras que pudieran ser usadas para sentarse. Después de lanzar alguna piedra y prestar atención de cuando nos regresaba el sonido para determinar su profundidad, el miedo nos volvió sordos y no seguimos adelante, pero allí, en aquellas piedras nos sentamos y empezamos a recontar la leyenda de la noche anterior.

Sin que pueda precisarse a qué época hacía referencia, decía la leyenda de que allí moró un solitario personaje, del que no se conocía como se alimentaba, pero sí que de forma misteriosa aparecía en distintos lugares de Arucas. Los que pudieron conocerle dijeron que tenía la piel muy blanca, de permanecer a buen recaudo del sol, muy delgado y con una mirada muy penetrante que emanaba felicidad. Su cuerpo estaba cubierto con pieles de cabras.

También dijeron de él, que cuando alguien acudía a pedirle ayuda por algún problema de salud, le echaba un rezado en una prenda para que sanara. Se nos antojaba que estas facultades de santón fueron añadidas posteriormente a la leyenda para de alguna forma dulcificar al personaje, pues lo más conocido eran sus recorridos subterráneos.

Se decía que la cueva tenía algunas salidas conocidas. La que estaba en el callejón trasero donde se construyó en 1945 el antiguo Cine Díaz, al que se llega desde la antigua calle Alvarez, hoy calle Calvo Sotelo, junto a la Barbería de Isidrito donde nos cortaban el pelo; otra, la que existía en la huerta de la casa de Rupertito en la antigua calle del Arco, hoy Doctor García Guerra; otra que daba a los sótanos de la Iglesia, donde estuvo la vieja iglesia, y alguna más que salía por la Hoya de San Juan, donde se encontraron vestigios aborígenes más tarde. Parecía como si la cueva tuviera distintas ramificaciones en su interior.

Según se contaba, la más utilizada por el santo o santón era por la que accedía a la antigua iglesia, posiblemente aquella de tres naves con sus altares y dos torres, campanario y reloj, que fue reedificada en 1655 y demolida en 1908; o quizás la anterior que estaba ya construida en 1502 en tiempos del Obispo Diego de Muros.
También contaba que se ocultaba porque estaba perseguido por practicar brujerías y porque nunca comía carne de cerdo, y que unos llamados inquisidores daban una recompensa, pero nadie conocía de su paradero o no querían contarlo. Que era hijo de canario, no converso, y, que en sus apariciones ordeñaba algunas cabras, y con su leche, hacía ciertos conjuros levantando las manos al cielo. Según parece se alimentaba de lo que encontraba en su nocturno deambular.
Cuando apreciamos que ya comenzaba a oscurecer, decidimos salir de la cueva y bajar por el mismo sendero, sin dejar de hacernos preguntas sobre el incierto destino del Santo de la Cueva, y la respuesta era que algunos vecinos todavía hoy en día observaban que alguna cabra ha sido ordeñada por la noche, que  a veces se escuchan subterráneas caídas de piedras en los lugares de salidas de las cuevas, y que en alguna ocasión sonaron las campanas de noche, sin que el sacristán supiera de ello.

Ya de regreso en nuestra esquina, en la ventana de la Gota Leche, tuvimos que hacer el juramento de no contar nada de nuestras pesquisas en la cueva, ni de la leyenda contada, ya que además del enfado de nuestros padres por el peligro corrido, todavía hay inquisidores que pueden estar buscando al Santo de la Cueva y nos podíamos ver en problemas.

La casa de la Gota Leche, no es otra que la situada en la Calle Calvo Sotelo número 9, que antes de la guerra civil fue propiedad de la Federación Obrera de Arucas, siendo confiscada por la dictadura franquista y puesta al servicio del Auxilio Social de la Falange, el partido único del régimen. Posiblemente su nombre guarde relación con la distribución de leche en polvo por medio Cartillas de Racionamiento durante la autarquía y la hambruna de la postguerra. Lo que yo recuerdo de esa época, es que allí prestó muchos servicios a la medicina infantil el  Dr. Caubín Ponce, y, que la leche en polvo y el gofio se racionaban en la antigua casa de tejas donde ahora está la Casa de la Cultura, cuya reedificación en 1973 dirigió nuestro ilustre aruquense aparejador y pintor indigenista Santiago Santana Díaz. Con anterioridad, cuando correspondía esta función a la Comisaría de Abastecimientos se hacía en el Almacén de los Castellanos, en la calle León y Castillo, según me contó mi padre.

El 27 de octubre de 2003, por sentencia de la Sala III de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo, se estimó procedente la compensación económica solicitada por el PSOE  respecto del inmueble de la calle Álvarez número 9 de Arucas, expediente original 258, del que fue titular la Federación Obrera de Arucas, pues por los documentos notariales aportados en la demanda se ponía de relieve la integración de aquélla en el PSOE y el destino del inmueble. En la actualidad es donde tiene su sede el Arucas Club de Futbol, y el inmueble es Patrimonio del Estado. Debiera solicitarse su cesión al municipio, y, razonablemente por sus condiciones edificatorias y ubicación debería destinarse a Casa de la Juventud, como tienen muchos ayuntamientos, y en todo caso que el Arucas CF dispusiera de su sede en el complejo deportivo, al igual que otros clubes, de forma comunal.

Después de esta información puntual y actualizada referente a la Gota Leche, y volviendo de nuevo a la conclusión del relato, para relajar la tensión de un día de indagaciones y misterios, alguien dijo que allí, próximo a la cueva, es donde se fueron de cacería esos dos aruquenses, Adán y Manolito El Cojo. Dicen que Adán vio una paloma blanca y cuando apuntó para dispararle, Manolito con su sapiencia irónica le frenó diciendo: "¡Detente Adán, que puede ser el Espíritu Santo!". Después de este primer chiste, los innumerables chistes de Manolito El Cojo se encadenaron, contados por unos y otros, hasta que nos dieron las diez y todos a casa.

Para más abundar en los nombrados personajes, Adán, vecino de la Acequia Alta, fue el extra cinematográfico canarión y fortachón al que le dieron el mazazo en la película Tirma, dirigida en 1954 por Paolo Moffa y Carlos Serrano de Osma, y, protagonizada por Silvana Pampanini y Marcello Mastroianni.  Y, Manolito El Cojo, así apodado por su defecto físico de nacimiento del que no se sentía nada acomplejado, vecino de La Cerera, creo recordar que zapatero artesano, fue más celebrado y conocido por sus chistes instantáneos, y, por sus celebradas chispas de ron rodeadas del mejor buen humor siempre espontáneo, oportuno, satírico y acertado. Ya quisieran muchos tener para sí un recuerdo como el de ambos para nuestra particular historia local.

Algunas cosas de las aquí relatadas, son cosas de niños, y como todas las leyendas tienen grandes contenidos de ficción, pero todas ellas llevan una gran parte de verdad, testigos de nuestras historias, que aunque no puedan ser juzgadas siglos después, si deben conocerse más por nuestras gentes.

Humberto Pérez Hidalgo © 2010

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